septiembre 21, 2010

Inflación, ser o parecer

Al 10 de septiembre del año pasado había un stock de circulante de $ 82.833 millones. Al 10 del actual los pesos en circulación alcanzaron los 107.559 millones. Pero, al mismo tiempo, el stock de Lebacs, Nobacs y pases del Banco Central (deuda de corto plazo) pasó de $ 52.000 millones a $ 78.000 millones. Es decir, en un año no sólo el circulante creció el 30% sino que, además, el stock de deuda de corto plazo, para esterilizar parte de la emisión monetaria, se disparó en un 50% mientras que las reservas, en el mismo período, sólo crecieron el 12%.

A principios de este año, por cada dólar de reserva del BCRA había $ 4,29 de base monetaria amplia (circulante + encajes bancarios + Lebacs, Nobacs y pases). En agosto esa relación llegó a $ 4,94 y al 10 de septiembre se ubicaba en $ 4,99. Es decir, el BCRA, emitiendo moneda y tomando deuda para financiar al tesoro está deteriorando seriamente su patrimonio neto. Los pasivos le crecen más rápido que el activo. Y como contrapartida de esta depreciación de la moneda se observa una tasa de inflación que tiende a acelerarse. Es más, si uno observa la tasa de inflación sin tomar en cuenta los productos que tienen variaciones estacionales como ciertas verduras, frutas o servicios como el turismo, verifica que la inflación de los bienes y servicios que no tienen estacionalidad en sus precios suben más que si se incluye los bienes con estacionalidad. Esto nos refleja que hay una inflación con un piso mucho más sólido que no depende del precio de la carne, del zapallito o de las naranjas. Aquí estamos frente a un problema inflacionario agudo que tenderá a ser más agudo si el BCRA insiste con empapelar la economía bajo el argumento de no querer enfriar la economía.

 ¿Cuáles son los desafíos económicos?

En rigor, la economía terminará enfriándose por caída del salario real ante la suba de la tasa de inflación, y es altamente probable que este escenario de menor actividad lo veamos en los próximos meses, dado que la depreciación del peso continuará y difícilmente le quede mucho margen a la gente para seguir endeudándose con las tarjetas de crédito al ritmo que lo vino haciendo.

Cuando se plantea la necesidad de frenar el proceso inflacionario que está escalando, siempre aparece la misma pregunta: ¿entonces hay que enfriar la economía? Este planteo es un falso dilema porque uno puede expandir la economía creando las condiciones para generar inversiones, con el beneficio que esas inversiones crean nuevos puestos de trabajo, mejoran la productividad de la economía y permiten aumentos de salarios reales sostenibles en el tiempo y mayor consumo futuro. Un círculo virtuoso.

Por otro lado, las actuales condiciones internacionales en que los precios de los commodities se mantienen altos y Brasil tiene un dólar barato permitirían pasar, sin grandes traumas, de la actual aceleración inflacionaria con destino conocido, a un proceso de crecimiento sólido.

El dilema no es si para frenar la inflación hay que enfriar la economía. El dilema pasa por otro lado, apostar al crecimiento de largo plazo versus la fiesta de consumo presente basada en el artificio de empapelar de billetes la economía con la consiguiente crisis que ya se siente con intensidad en cada ida al supermercado que hace la gente. Justamente los bienes que más están aumentando son los alimentos. En los primeros ocho meses de este año el rubro alimentos y bebidas creció el 27,5%. Esto indica que, por privilegiar las necesidades electorales del oficialismo, lo que se está haciendo es recaer el peso de la mayor tasa de inflación sobre los sectores de menores ingresos, lo cual parece un contrasentido: castigar a los más pobres con el impuesto inflacionario y esperar su voto. Y es un contrasentido porque finalmente el Gobierno no tiene otra opción que la actual. El Gobierno ha caído sólo en su propia trampa económica. Basta con ver la última encuesta del Índice de Confianza del Consumidor y se verifica que la caída de la confianza del consumidor se produjo con mayor intensidad en el Gran Buenos Aires en septiembre. Y también es en el Gran Buenos Aires donde se verifica una muy fuerte caída de expectativas económicas de corto plazo, siendo más alta la caída que en la Capital y que en el interior del país. Es decir, los sectores más humildes ya sienten intensamente los efectos de la política pro inflacionaria del Gobierno.

El falso dilema de enfriar la economía para frenar la inflación es falso porque hay salida vía la inversión y las exportaciones. El problema es que ni el Gobierno tiene intenciones de tomar ese rumbo ni está en condiciones de hacerlo por el ambiente de caos institucional que ha generado y sigue generando. Sus reiterados desprecios por los fallos de la Justicia cuando no son favorables al paladar del oficialismo, su actitud de confrontación incluso con la misma Corte y el continuo ataque a la propiedad privada le impiden tomar el camino del crecimiento basado en inversiones y exportaciones. Su desprecio por la propiedad privada asusta hasta al más audaz en materia de inversiones. Dada esta actitud espanta inversiones, sólo le queda la opción de ir ajustando al sector privado, perjudicando básicamente a los sectores de menores ingresos con más impuesto inflacionario.

Si uno suma la falta de inversiones para crear puestos de trabajo para absorber la mano de obra desocupada más la que se incorpora todos los años al mercado laboral y le agrega esta política monetaria claramente inflacionaria, está frente a un modelo de exclusión social, por más que en los discursos se sostenga otra historia o se pretenda ponerle un parche a la pobreza y la desocupación mediante planes sociales que más que darle dignidad a la gente la denigran al no tener la posibilidad de poder sostener a su familia con el fruto de su trabajo.

En síntesis, el dilema no es enfriar para frenar la economía. El dilema es inversiones, más trabajo y dignidad o inseguridad jurídica, escasas inversiones y una población humillada que tiene que sobrevivir de la dádiva del gobernante de turno.

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