julio 11, 2025

El espejismo del superávit: Milei, ajuste y un futuro fiscal insostenible

En el centro del discurso del gobierno de Javier Milei está el superávit fiscal. Lo presenta como un logro irrefutable, una muestra de “orden” y “seriedad” que marcaría un cambio de era. Sin embargo, cuando se analizan los datos con rigor y se observan las cuentas en profundidad, aparece otro escenario: el superávit no sólo es frágil, sino que es dinámica y estructuralmente insostenible.

Pongamos el dedo en la llaga: si se contabilizan correctamente todos los intereses capitalizados de la deuda, el resultado financiero del Estado Nacional es hoy similar al que dejó el gobierno de Cristina Fernández en 2015. El déficit real ronda el 5,1% del PBI. Es decir, el ajuste fiscal de Milei, lejos de haber resuelto el problema, sólo reorganizó las partidas para mostrar una foto de orden que se sostiene con alambre.

Este “logro fiscal” se asienta sobre tres pilares: postergación de pagos, recorte brutal del gasto social y una contabilidad creativa que omite los pasivos no devengados del Banco Central. Pero sobre todo, lo más alarmante es que, tal como lo hizo la convertibilidad en los '90, este esquema carece de sustentabilidad política y social. El ajuste es regresivo, recae sobre jubilados, docentes, universidades, hospitales, provincias y trabajadores. La base de sustentación electoral del gobierno se achica a medida que el deterioro se profundiza.

El problema, sin embargo, no es sólo técnico. Es también político. En un país federal como Argentina, donde la Constitución establece que los recursos tributarios deben repartirse equitativamente, el incumplimiento del piso mínimo legal de coparticipación y el manejo discrecional del ATN son una bomba de tiempo institucional. A esto se suma una tensión creciente con las provincias, que ya no son recibidas en Balcarce 50 y que han perdido acceso a fondos esenciales para pagar sueldos y mantener servicios básicos.

A futuro, si se aplicaran los proyectos ya anunciados —mejoras a jubilados, moratoria previsional, aumentos por discapacidad, reinstauración del bono, restitución del Fondo Compensador al Transporte y del Fondo del Conurbano, entre otros— el superávit primario actual se convertiría en un déficit primario del 1% del PBI. Es decir, todo lo ganado con el ajuste se evaporaría en cuestión de meses.

El propio Milei ha dicho que vetará cualquier ley que implique gasto. Pero eso no resuelve el problema estructural: gobernar sin mayoría legislativa, enfrentado con las provincias y con un nivel de conflictividad social creciente, torna políticamente inviable el sostenimiento de este ajuste a lo largo del tiempo.

Lo más grave no es que el ajuste vaya a fracasar —eso es casi inevitable si se mantiene esta arquitectura— sino que una parte importante del mercado y del electorado “quiere” creer que este esquema es sostenible, aunque la realidad fiscal, institucional y política muestre lo contrario. Finjen demencia pora varias razones.

En definitiva, el ajuste de Milei no es el punto de llegada de una estrategia fiscal coherente, sino un experimento forzado por el mercado y sostenido por la fe más que por los números. Como toda ilusión, puede durar un tiempo. Pero cuando se apague el espejismo, lo que quedará será un Estado más débil, una sociedad más empobrecida y un sistema político más tensionado. 

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