diciembre 16, 2025

Una cadena de pagos al borde del colapso: la advertencia récord de la industria

La última encuesta de la Unión Industrial Argentina (UIA) deja un dato alarmante: casi la mitad de las empresas manufactureras hoy no puede cubrir obligaciones básicas como salarios, proveedores o impuestos. AriesOnLine+2diarioneuquino.com.ar+2
Al mismo tiempo, los cheques rechazados aumentaron entre 30 % y 40 % en el trimestre reciente. diarioneuquino.com.ar+2Los Andes+2

Si se analiza con atención, lo que está fallando no es un sector aislado: es la estructura misma del circuito productivo nacional. Cuando se quiebra la cadena de pagos, se paraliza la producción, se endurece la morosidad, se retrasa el salario y se hunde la confianza.

🔎 Los síntomas de una crisis sistémica

Este escenario deteriora el mercado interno, empuja a muchas empresas al abismo y multiplica la fragilidad. Se produce un círculo vicioso: caída de ventas → falta de liquidez → cheques rechazados → menor producción → más despidos o cierre.

📉 Medidas contra la cadena productiva: un camino hacia el estancamiento

La política económica actual prioriza la estabilidad nominal: inflación baja, deuda financiera, ancla cambiaria, ajuste. Pero lo hace sacrificando masa salarial real, demanda interna, crédito productivo y capital de trabajo. El resultado: una industria asfixiada, pymes quebrando o sobreviviendo al límite, empleados en riesgo, y menor recaudación.

Sostener un dólar bajo, tasas altas y control de precios no genera producción: genera importación, dependencia y desempleo. Con ese esquema, quien resiste no es la industria: resiste el endeudamiento, la especulación financiera y la fragilidad de los balances.

⚠️ Qué puede venir si no hay reacción urgente

Si no se arbitran medidas urgentes, el escenario para 2026 se complica:

  • Más empresas quebradas —no por mala gestión, sino por falta de liquidez estructural.

  • Caída sostenida del empleo formal, con impacto social.

  • Mayor informalidad, desempleo y precariedad.

  • Pérdida de base industrial, con menor capacidad productiva y menos exportaciones.

  • Cierre de un círculo vital: menos producción → menos recaudación → peor estructura fiscal → menor inversión pública/privada.

✅ Qué debería hacerse — y ya

  1. Restablecer liquidez genuina para empresas: acceso a crédito productivo, plazos razonables, alivio fiscal transitorio.

  2. Reestructurar la cadena de pagos —no solo a grandes actores, sino a pymes: reducir plazos, garantizar pago de sueldos, suspender embargos masivos.

  3. Permitir un ajuste razonable del tipo de cambio real para proteger la industria nacional, incentivando producción y sustitución de importaciones.

  4. Compensar el ajuste con políticas de estímulo al consumo interno, de modo de sostener demanda y amortiguar el impacto social.

  5. Política económica coherente: combinar disciplina fiscal con incentivos reales a la producción, de forma sostenible y con horizonte.


Si el Gobierno y los actores relevantes no reaccionan con urgencia, la pandemia financiera silenciosa en la industria terminará por romper la estructura productiva nacional. Y cuando eso sucede, no hay “rescate cambiario” ni “líneas de crédito” que alcancen a rearmar lo que se destruyó.

Argentina se enfrenta a una disyuntiva decisiva: o se atienden las grietas de la cadena de pagos, o se acepta una reconfiguración de su matriz productiva en la que la industria ya no existe.

Porque la estabilidad nominal —sin producción, sin empleo e inversión real— es apenas un espejismo contable. 

diciembre 09, 2025

Industria en caída, dólar disciplinado y un Gobierno que no piensa cambiar el libreto

 La foto económica que deja este final de año muestra un contraste cada vez más difícil de disimular: mientras el Gobierno celebra avances en materia fiscal y presume de una supuesta estabilidad nominal, la economía real ofrece señales inequívocas de agotamiento. El deterioro industrial, la falta de inversión y el freno de la actividad son síntomas que ya no aparecen como desvíos aislados sino como el resultado de una estrategia deliberada.

La producción manufacturera acumula una caída persistente que supera ampliamente el retroceso observado en recesiones recientes. Tomando como referencia los últimos dos años, el desempeño industrial actual es comparable —e incluso peor— al de los momentos más críticos de los ciclos anteriores. No se trata de un fenómeno sectorial: la contracción es amplia, profunda y transversal. Sin embargo, su explicación dentro del oficialismo es simple: si algún rubro no resiste la mayor competencia importada, entonces “sobraba”. El esquema conceptual del Gobierno no incluye consideraciones sobre empleo, tejido productivo o densidad industrial: sólo importan los consumidores y la velocidad a la que baja la inflación.

Esa lógica se replica en toda la política económica. La obsesión por aplastar el índice de precios guía cada decisión: mantener barato el dólar, recortar el gasto a como dé lugar, evitar toda emisión que no sea estrictamente inevitable y sostener un tipo de cambio que preserve el “ancla nominal” aun cuando eso implique asfixiar al sector transable. Para el oficialismo, cualquier modificación en este menú sería equivalente a desandar el ajuste fiscal. Por lo tanto, no habrá cambios voluntarios: ni recomposición del tipo de cambio real, ni acumulación de reservas, ni giro hacia un esquema monetario diferente. Si algo cambia, será porque la realidad se imponga, no por convicción.

Pero incluso dentro de ese marco, comienzan a aparecer tensiones difíciles de administrar. La inflación dejó de descender y empezó a mostrar un leve rebote. El dólar real —tras varios meses de corrección— volvió a moverse en zonas incómodas para la competitividad. Y mientras la industria sigue recortando producción y empleo, la inversión continúa en mínimos históricos. Argentina registra uno de los peores niveles de formación de capital de las últimas dos décadas, un dato incompatible con cualquier promesa de crecimiento sostenido. A la vez, la inversión extranjera directa sigue sin aparecer: ni confianza, ni dólares frescos, ni proyectos que cambien la dinámica.

A esto se suma otro problema mayor: la estrategia cambiaria descansa cada vez más en el financiamiento externo. El Gobierno apuesta a la asistencia de Estados Unidos para sostener el tipo de cambio durante 2026 y 2027. Pero ese apoyo no es institucional ni estructural: depende de dos liderazgos políticos, en un contexto global que cambia semana a semana y con tensiones crecientes dentro del propio sistema financiero norteamericano. Es un error asumir que las próximas etapas se parecerán a la foto actual.

De hecho, los próximos meses cargan un riesgo elevado. Con la estacionalidad cambiaria jugando en contra, una oferta de divisas más baja que en cualquier otro período y una demanda que podría repuntar por vacaciones y dolarización minorista, el margen para sostener este esquema es cada vez más estrecho. Si no ocurre un nuevo aporte extraordinario desde Washington, la presión podría reaparecer mucho antes de lo que el Gobierno imagina.

El punto central es simple: el oficialismo cree que bajar la inflación es suficiente para que el crecimiento llegue solo, pero ignora que la economía real tiene tiempos, velocidades y necesidades que no encajan dentro de ese experimento. La industria no puede reconvertirse de un día para el otro. La inversión no aparece por decreto. Y ninguna competitividad sostenible puede surgir con un tipo de cambio que se aprecia mes a mes mientras se abren las importaciones sin gradualidad.

Hoy la política económica sigue una lógica que privilegia la estadística y sacrifica la estructura productiva. Si esa lógica no cambia, el riesgo es claro: que la economía llegue a la próxima etapa sin industria, sin empleo y sin capacidad de reacción ante cualquier shock externo. El mercado puede tolerar precios quietos durante un tiempo, pero no un país que deja de producir.

La pregunta ya no es si habrá consecuencias.
La pregunta es cuánto tiempo más podrá el Gobierno sostener un programa que cada día se parece más a un equilibrio frágil.

diciembre 02, 2025

Cuando Japón mueve la tasa, Argentina tiembla

 El mundo financiero amaneció con un dato que, lejos de ser anecdótico, representa un cambio estructural en el sistema monetario global: el rendimiento del bono japonés a 2 años superó el 1% por primera vez desde 2008. Para Japón, es apenas una cifra. Para el resto del mundo, es un sismo. Y para economías frágiles como la argentina, es una amenaza directa.

Durante dos décadas, Japón fue el gran financiador del planeta. Su política de tasas ultrabajas permitió que bancos, fondos de cobertura y aseguradoras se endeudaran en yenes casi sin costo —el famoso yen carry trade— para volcar esos recursos a bonos, acciones y monedas de mayor riesgo. Fue un lubricante silencioso del sistema financiero global.

Pero cuando la tasa japonesa corta rompe la barrera del 1%, ese esquema deja de funcionar. Y los capitales empiezan a regresar a casa.

Un mundo con tasas más duras

El giro japonés se suma a un contexto donde ni la Reserva Federal ni el Banco Central Europeo pueden relajar demasiado. Las tasas largas globales se recalibran al alza. Los rendimientos suben. El dinero se encarece. Y el apetito por riesgo, inevitablemente, se reduce.

Para economías ordenadas, esto significa volatilidad.
Para economías endeudadas, es una señal de advertencia.
Para economías desequilibradas como la argentina, puede transformarse en un problema sistémico.

Argentina: la tormenta perfecta

Argentina llega a este cambio global con una vulnerabilidad que se disimula con narrativa, pero no con números:

1. Reservas netas negativas

El Banco Central opera sin colchón. Cada movimiento del dólar global se amplifica. Si el dólar se fortalece —como suele ocurrir cuando el yen se aprecia y la tasa global sube— Argentina lo siente de forma inmediata en sus dólares financieros.

Sin reservas, el país carece de capacidad de intervención.
Y sin intervención, depende de la fe de los mercados.
Una fe que, ante shocks externos, suele evaporarse.

2. Un tipo de cambio artificialmente bajo

Con inflación que sigue siendo de dos dígitos mensuales en varios rubros y un crawling peg rezagado, el tipo de cambio oficial se fue transformando en un precio político más que económico. Ya no es ancla; es una bomba de tiempo.

La suba de la tasa japonesa presiona al dólar global y a los emergentes.
Argentina no tiene margen para absorber esa presión sin consecuencias:
– Se amplía la brecha.
– Se encarece el financiamiento comercial.
– La acumulación de reservas se vuelve aún más difícil.

3. Recesión profunda

El ajuste fiscal desplomó la demanda interna. La inversión está paralizada. La industria trabaja en niveles de 2002. En condiciones normales, una recesión amortigua los shocks externos porque reduce importaciones y presiones cambiarias.

Pero Argentina vive una recesión con inflación alta, brecha contenida artificialmente y reservas negativas. Es decir, la economía se achica, pero los desequilibrios no.

4. El muro de deuda 2026–2027

Este es el elefante en la habitación.

En 2026 y 2027 vencen miles de millones de dólares entre capital e intereses con el FMI, bonistas privados, organismos y deuda local en moneda dura. Reestructurar nuevamente tiene costos reputacionales enormes. Pagar sin acceso a crédito externo es casi imposible.

Hasta ayer, había una esperanza implícita: que el mundo siguiera inundado de liquidez barata. Que las tasas globales cedieran. Que algún flujo de carry trade o búsqueda de rendimiento empujara los bonos argentinos.

Japón acaba de dinamitar esa hipótesis.

El nuevo clima global no tolera experimentos

Con tasas más altas en el centro del sistema, los flujos ya no buscan riesgo; buscan refugio. Las primas de riesgo se ensanchan. Los emergentes se recalifican. El financiamiento se encarece. Los capitales especulativos desaparecen.

Argentina, que nunca resolvió sus problemas estructurales, queda expuesta de forma desnuda:

– Sin reservas,
– con un dólar artificial,
– en recesión,
– con riesgo país altísimo,
– y con un calendario de deuda inadministrable.

Si el mundo cambia hacia tasas más duras, Argentina no tiene red.

Conclusión: el reloj global ya no juega a favor

Japón movió la tasa. Y cuando la tercera economía del mundo mueve su ancla monetaria, todas las embarcaciones financieras del planeta se recalibran. En ese oleaje, los países con equilibrio macro flotan. Los países con desequilibrios navegan con dificultad. Y los países que nunca resolvieron sus fragilidades se hunden más rápido.

Argentina no está condenada.
Pero el mundo ya no regala tiempo.
Y los mercados globales acaban de recordarlo de manera contundente.

diciembre 01, 2025

La economía argentina ante su límite operativo: el dilema de un modelo que no cierra

El Gobierno encara la segunda mitad del mandato afirmando que la estabilización ya está encaminada y que el país finalmente encontró “la senda correcta”. Sin embargo, detrás de los titulares de baja inflación convive una macroeconomía exigida al extremo, una microeconomía asfixiada y un mercado cambiario que sólo respira gracias a aportes externos cada vez más grandes y, en muchos casos, transitorios.

La pregunta central no es si el plan actual puede sostener un dígito de inflación. La pregunta es si esta arquitectura económica es viable sin sacrificar nivel de actividad, empleo, competitividad y, sobre todo, gobernabilidad.

Un ajuste que no puede ser permanente

El corazón del programa fiscal se apoya en un recorte profundo del gasto. Ese esquema, por definición, no puede extenderse indefinidamente sin costar legitimidad política. En una elección presidencial, la economía pesa. Y cuando la actividad se traba, el crédito desaparece, el tipo de cambio queda pisado y los ingresos reales se erosionan, tarde o temprano la tolerancia social se agota.

El discurso oficial promete alivio impositivo, pero la hoja de ruta real va en sentido contrario: mayor base imponible, más presión fiscal futura derivada del creciente peso de la deuda y un Estado que seguirá necesitando recursos para pagar intereses aun cuando recorte todo lo recortable.

Bajo este escenario, ninguna reforma tributaria ni laboral puede destrabar la dinámica de inversión y empleo si antes no se corrigen los desequilibrios macro que impiden producir con rentabilidad.

Un tipo de cambio que no cierra con la economía real

Aunque el dólar subió en términos reales en los últimos meses, los niveles actuales siguen sin servirle a la industria, el comercio, la construcción, el turismo y buena parte de las pymes. Sólo el agro aparece relativamente más cómodo.

Si la inflación se mantiene por encima de la pauta oficial de 1% mensual, defender la banda cambiaria implica volver a atrasar el dólar y profundizar los problemas de competitividad. La raíz del conflicto es evidente: dólar atrasado, tasa altísima y nula profundidad del crédito.

El Gobierno pretende que una batería de desregulaciones alcance para compensar un atraso cambiario estructural. Pero sin inversión, sin capital instalado y con productividad en caída desde hace más de una década, es difícil que el “shock regulatorio” reemplace al precio relativo clave que es el tipo de cambio.

Una demanda de dólares que no baja y un financiamiento que no es eterno

La realidad más preocupante es el comportamiento del mercado cambiario privado.
La demanda anualizada de dólares para atesoramiento y tarjeta supera los USD 60.000 millones. A eso se suman las necesidades del Estado para pagar intereses, que rondarán los USD 9.000 millones.

Con el dólar actual, ese faltante es insostenible sin una suba del tipo de cambio o sin aportes externos extraordinarios. Hoy el Gobierno optó por lo segundo: intervención estadounidense, swap, retenciones cero transitorias, blanqueo, FMI, carry trade, venta de dólares del público. Todo suma, pero todo es transitorio.

El resultado: el mercado dejó de volar por un rato, pero la trayectoria sigue apuntando hacia arriba.
La estabilidad actual depende de ingresos extraordinarios y no de un equilibrio genuino entre oferta y demanda.

El dilema de la manta corta

El oficialismo enfrenta un dilema estratégico que condiciona todo 2026:

  • Si prioriza bajar la inflación a cualquier costo, seguirá golpeando la actividad, profundizando el atraso del dólar y deteriorando la competitividad.

  • Si decide darle aire al nivel de actividad, necesitará dólar más alto, tasas más bajas y mayor expansión monetaria, aceptando una desaceleración más lenta (o incluso una pausa) en la baja de la inflación.

Ambos caminos tienen costos. Pero el actual —seguir apretando el freno— luce cada vez menos sostenible económica, social y políticamente.

El punto ciego del modelo

El Gobierno celebra desregulaciones, cambios administrativos y una mayor apertura comercial futura. Pero la inversión no aparece.
El país tiene el nivel de inversión más bajo de los últimos siete presidentes. Sin inversión no hay crecimiento; sin crecimiento no hay empleo; sin empleo no hay consumo.

Y sin estos elementos, cualquier plan económico se queda sin cimientos.

Conclusión: una economía que vive de prórroga en prórroga

El Gobierno consiguió tiempo. El apoyo externo, la intervención estadounidense y el resultado electoral evitaron un salto desordenado del tipo de cambio. Pero el reloj sigue corriendo.

La macro no logra consolidarse, la micro está cada vez más asfixiada y el mercado cambiario vive alimentado por dólares prestados. La economía argentina no necesita un shock político ni un cambio de nombres: necesita coherencia entre la salud macro, la competitividad micro y un esquema cambiario y monetario que no dependa del auxilio permanente de terceros.

Mientras eso no ocurra, cada vez que llegue una nueva “inyección” de dólares externos, el mercado celebrará… pero por un rato. El equilibrio real seguirá esperando.

noviembre 11, 2025

La economía real, el eslabón perdido del plan Milei

 Las elecciones de medio término le dieron aire político al Gobierno. El respaldo electoral, en teoría, le otorga margen para corregir el rumbo económico y construir credibilidad. Sin embargo, la economía real —la que produce, emplea y consume— sigue deteriorándose de manera sistemática.

El diagnóstico es claro: mientras los equilibrios fiscales y monetarios se sostienen con alfileres, la producción, el consumo y el empleo se desploman. El programa económico logró licuar pasivos y contener la nominalidad, pero al costo de asfixiar a los sectores que sostienen la base del empleo privado y el entramado pyme del país.

La recesión que no da tregua

Desde febrero, el nivel de actividad general muestra un descenso continuo. El IGA revela una caída del 1% respecto al pico de este año y del 1,5% frente a 2022. No es un colapso súbito, sino una tendencia serrucho descendente que refleja el agotamiento de un modelo basado en la estabilidad cambiaria artificial y tasas de interés estrangulantes.

La construcción es el caso más dramático. Pese a cierta recuperación técnica a comienzos de año, el sector está 17% por debajo del nivel de actividad que tenía cuando empezó el gobierno. El costo de construir en dólares sigue siendo prohibitivo: el poder de compra del dólar blue medido contra el costo de construcción cayó 49% respecto a noviembre de 2023. En otras palabras, el dólar está regalado para importar, pero carísimo para producir.

La industria manufacturera no muestra un panorama mejor. Los niveles de producción regresaron a los mínimos de abril de 2024 y ya igualan los de 2019, en plena recesión macrista. La combinación de tipo de cambio atrasado, tasas altísimas y desplome del consumo interno pulverizó la rentabilidad industrial.

Consumo en caída libre y desigualdad territorial

El consumo masivo atraviesa nueve meses consecutivos de caída. Las ventas minoristas están más de 20% por debajo del pico de diciembre de 2024. Las mediciones privadas muestran que el consumo masivo actual equivale al 84% del nivel que tenía a comienzos de 2023.

El conurbano bonaerense es la zona más golpeada: las ventas en supermercados caen allí más que en el interior de la provincia. Esto no es casual. La economía del GBA depende de la construcción, la industria y el comercio, justamente los sectores más castigados.

Mientras tanto, el turismo también se desangra: el saldo neto entre argentinos que viajan al exterior y extranjeros que llegan al país arroja un déficit promedio de 200.000 personas por mes. En promedio, los argentinos pasan casi un mes fuera del país. Es una señal clara de atraso cambiario y falta de competitividad.

Destrucción de empresas y empleo

La foto laboral completa el cuadro. Desde la asunción del actual gobierno, cerraron más de 18.000 empresas que generaban empleo privado registrado. La destrucción de empleo privado triplica la reducción del empleo público.

Lejos de liberar al sector privado, el ajuste recayó sobre él. El Estado se achicó en cantidad, pero no en presión tributaria: la recaudación efectiva sigue siendo asfixiante cuando se suman impuestos nacionales, provinciales y municipales.

El poder adquisitivo del salario real continúa desplomándose. Los trabajadores públicos nacionales perdieron más de 30% en términos reales desde diciembre, mientras que el promedio general ronda el 14%. Si el plan económico pretendía fortalecer el mercado, hoy lo está vaciando.

El dilema del próximo paso

El Gobierno enfrenta una disyuntiva crítica: persistir en un esquema que licúa desequilibrios a costa de la economía real, o rediseñar su estrategia para reactivar sin perder el orden fiscal.

Primero, debe resolver el frente cambiario y monetario. El atraso del tipo de cambio y las tasas prohibitivas son un ancla que impide cualquier recuperación sostenible. Solo después será posible discutir reformas estructurales como la laboral o la previsional.

Las reformas sin macroeconomía sana son castillos en el aire. Nadie contrata más empleados si no vende más, ni invierte si el tipo de cambio real hace inviables los proyectos.

La motosierra fue efectiva para equilibrar planillas, pero no para encender motores. Sin producción, sin crédito y sin consumo, el superávit fiscal se convierte en un dato contable, no en un punto de inflexión.

Argentina necesita que el árbol de la macro vuelva a dar frutos. De lo contrario, el bosque que se intenta dibujar terminará siendo una postal seca más en su historia económica.

noviembre 05, 2025

Milei ganó, pero la economía sigue terapia intensiva: sin macro sana no hay reformas que sirvan

Las elecciones legislativas de octubre dejaron un resultado inesperado: Javier Milei consolidó un triunfo nacional con más del 41% de los votos, ganando en 15 provincias y, sorpresivamente, también en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el festejo político contrasta con una realidad económica que sigue trabada y un Congreso que no le garantiza al Gobierno los votos necesarios para aprobar las reformas estructurales que promete.

El oficialismo podrá hablar de “legitimación”, pero la aritmética parlamentaria es implacable: con el apoyo eventual del PRO y de algunos bloques provinciales, apenas se queda a las puertas del quórum en ambas cámaras. Las reformas tributaria, laboral y previsional que se anuncian deberán negociarse y, por tanto, difícilmente se parezcan a las que figuran en el ideario libertario original.

Y aun si el Congreso las aprobara, el problema no es legislativo, sino macro. Sin estabilidad cambiaria, sin un esquema monetario coherente y sin crecimiento real, cualquier reforma estructural será letra muerta.


Las reformas sin macro son humo

El Gobierno insiste en que la reforma tributaria “bajará impuestos” simplificando el sistema. Pero en la práctica, lo que se propone es ampliar la base imponible: es decir, más contribuyentes y, en el tiempo, más recaudación. La reforma laboral, al extender el fondo de desempleo al resto de los sectores, podría terminar encareciendo el costo de contratación y desincentivando la formación de capital humano. La previsional, por su parte, subirá la edad jubilatoria, pero no resolverá el déficit estructural de un sistema de reparto que ya no se sostiene en ningún país.

El error conceptual es creer que estas reformas por sí mismas reactivarán la economía. Sin una macro saludable, sin reservas netas, con un dólar atrasado y tasas artificialmente altas, no hay reforma que pueda generar inversión ni empleo genuino.


Salud macro: sin cepo, sin magia

El Gobierno acaba de superar su segundo rescate en apenas cinco meses: primero el del FMI, ahora el del Tesoro de EE.UU., que intercedió con un swap de USD 20.000 millones. Estos salvatajes no son éxito económico: son señales de un plan que no logra sostenerse por sus propios medios.

El tipo de cambio actual sigue lejos del equilibrio real. Las bandas del BCRA son inconsistentes y el dólar sólo baja cuando interviene el Tesoro. La productividad, la carga fiscal y las regulaciones hacen que los fundamentos microeconómicos exijan un dólar más alto para que los sectores productivos vuelvan a funcionar.

Abrir el cepo, dejar flotar el tipo de cambio y acompañarlo con una política monetaria coherente —que reduzca la tasa de interés hacia su nivel de equilibrio— es una condición necesaria para cualquier intento de crecimiento.


 Milei ante su prueba más difícil

El resultado electoral le da a Milei algo de aire político y reputacional, pero también lo enfrenta a su dilema más grande: seguir ajustando sin horizonte productivo o animarse a corregir el rumbo macroeconómico.

La economía real está en niveles mínimos de actividad, consumo y crédito. Si el Gobierno insiste en apretar más el torniquete fiscal y monetario, puede lograr una inflación transitoriamente baja, pero al costo de una recesión cada vez más profunda.

El cambio de estrategia es riesgoso, pero no hacerlo es suicida. 

Conclusión

Argentina necesita reformas, sí, pero ordenadas en secuencia lógica: primero estabilizar la macro, después liberar el cepo y recién entonces pensar en un rediseño estructural. Pretender hacer todo al revés es condenar cualquier intento de modernización a la irrelevancia.

La victoria electoral le dio a Milei una nueva oportunidad. Si la aprovecha o la dilapida, dependerá de algo más que su retórica: dependerá de si está dispuesto, por primera vez, a cambiar su plan económico.

octubre 20, 2025

Un salvataje atado a las urnas

A cinco días de las elecciones legislativas más decisivas desde 1983, la economía argentina volvió a quedar suspendida entre dos mundos: el de las promesas externas y el de los fundamentos internos. El supuesto paquete de asistencia de Estados Unidos por USD 20.000 millones —combinado con apoyo del FMI— no es una señal de confianza, sino una apuesta condicionada al resultado electoral y a un cambio estructural en el esquema cambiario y monetario.

Washington y el Fondo ya aprendieron la lección: no hay rescate que funcione cuando el gobierno carece de credibilidad. Pasó con De la Rúa en 2001, con Macri en 2019, y amenaza con repetirse con Milei en 2025. En ambos antecedentes, los dólares entraron por una ventana y se fueron por otra, dejando una montaña de deuda y un país más pobre.

La diferencia ahora es que el margen de error es cero. Milei llega a estas elecciones sin reservas netas, con un tipo de cambio real atrasado, inflación que dejó de bajar, y una actividad que se desangra. El índice de confianza en el gobierno cayó 27 puntos en nueve meses; la economía destruyó más de 230.000 empleos formales; y cerraron 16.000 empresas desde diciembre. El consumo masivo se desploma (-20% desde diciembre) y los sectores que sostienen el empleo —comercio, industria, transporte, construcción y gastronomía— son los más castigados.

Frente a ese cuadro, el Tesoro norteamericano exige señales: otro tipo de cambio, más alto, más realista, y un régimen más transparente. Ningún dólar llegará si no se abandona el actual esquema discrecional de bandas y se acepta una flotación más libre. En otras palabras: sin devaluación, no hay auxilio.

Pero incluso con asistencia, el futuro inmediato luce cuesta arriba. Un nuevo dólar implicaría una aceleración inflacionaria en el corto plazo, más pérdida de poder adquisitivo y caída del consumo. La paradoja es que, aún con ayuda, la economía deberá pasar por un segundo ajuste para intentar recuperar competitividad.

Y si el resultado electoral es adverso, directamente no habrá paquete. Ni el FMI ni Trump querrán repetir la historia de financiar gobiernos que pierden las urnas y la credibilidad al mismo tiempo. El riesgo, en ese caso, es un salto cambiario brusco y un shock inflacionario que termine por dinamitar lo poco que queda del plan de estabilización.

El oficialismo enfrenta una doble trampa: si gana por poco, el mercado pedirá señales más duras; si pierde, el financiamiento se esfuma. Y mientras tanto, la economía real, esa que vota, sigue cayendo. Las ventas minoristas se hunden, el empleo formal se achica y el humor social se agrava.

No se puede pedir confianza con heladeras vacías ni hablar de “milagros” con reservas negativas. El paquete de ayuda puede comprar algo de tiempo, pero no puede comprar legitimidad.

La verdadera pregunta no es si el Tesoro de Estados Unidos va a ayudar. La pregunta es por qué debería hacerlo si ni los argentinos creen en su propio plan económico.


octubre 13, 2025

Fingir demencia no es un plan económico

 El Gobierno de Javier Milei inició su gestión con la bandera de la ortodoxia económica, pero a diez meses de asumir, la secuencia de decisiones y resultados expone más una huida hacia adelante que una estrategia consistente.

El programa arrancó con una megadevaluación del 118%, un ajuste fiscal inédito, la licuación del gasto público y de los ingresos reales, y una tregua política con el FMI que incluyó un nuevo desembolso de USD 20.000 millones. Pese a todo, no hubo acumulación de reservas, no se estabilizó la brecha cambiaria, y el riesgo país sigue por encima de los 1.100 puntos básicos.

En el medio, se implementó un blanqueo express, se eliminaron las retenciones por tres días para forzar la liquidación de apenas cinco grandes cerealeras, y aun así, el Banco Central y el Tesoro continuaron perdiendo reservas netas. Los dólares no aparecen, la inflación dejó de bajar, y los escándalos de corrupción —desde el “caso Libra” hasta las coimas en el programa de discapacidad— erosionaron el capital reputacional del equipo económico.

En este contexto, el anuncio de Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, generó una nueva ola de euforia en los mercados: primero una intervención directa en el mercado de cambios argentino, luego la promesa de un swap por USD 20.000 millones. Pero el entusiasmo bursátil contrasta con la realidad macroeconómica.

Hay que decirlo sin eufemismos: una intervención cambiaria extranjera no es un plan económico, y un swap no es un regalo, sino un préstamo contingente con objetivos políticos y financieros de corto plazo. Si el Tesoro norteamericano está interviniendo a través de bancos como Santander, lo hace para contener un desborde, no porque confíe en la solvencia estructural de la Argentina.

El supuesto “salvataje” anunciado no cambia los fundamentos: el país sigue sin capacidad de generar dólares genuinos, con una economía en recesión, inversión bruta en mínimos históricos y un superávit fiscal que, más allá del maquillaje contable, no alcanza para garantizar la sostenibilidad de la deuda.

La euforia de los mercados dura lo que dura el tweet del anuncio. Lo que vendrá, inevitablemente, es la realidad: sin crecimiento, sin reservas y sin confianza política, no hay plan de estabilización que aguante.

Porque si a todo esto lo llaman éxito, entonces sí —como sociedad— estamos fingiendo demencia.

octubre 06, 2025

Prestamista USA, el último respirador

 La semana pasada, el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, anunció la posibilidad de un swap por USD 20.000 millones con el BCRA y la compra de bonos soberanos argentinos, tanto en el mercado primario como en el secundario. En apariencia, el acuerdo podría dar aire al Gobierno, pero en los hechos no cambia la esencia del problema: la insolvencia estructural del Estado argentino.

Si el Tesoro comprara deuda en emisión primaria, el alivio sería contable: refinanciar los vencimientos de los bonos reestructurados por Guzmán (enero y julio de 2026). Pero si lo hiciera en mercado secundario, el efecto sería apenas cosmético: sostener artificialmente las cotizaciones y evitar un salto abrupto del riesgo país. En ambos casos, la historia económica argentina enseña que los rescates de última instancia no resuelven nada —solo compran tiempo.

El fondo del asunto es que la deuda argentina no es solvente en el tiempo. Para que lo fuera, el país necesitaría superávits genuinos, crecimiento sostenido y un perfil de vencimientos más liviano. Pero Argentina no crece hace 15 años y hoy tiene los niveles de inversión más bajos de las últimas dos décadas. El Tesoro estadounidense, por más poder que tenga, no puede hacer magia con eso. En el mejor de los casos, puede postergar el desenlace, no evitarlo.

Y eso es exactamente lo que estamos viendo: un nuevo intento de estirar la mecha, con resultados cada vez más efímeros. Tras el anuncio, los dólares paralelos bajaron —pero menos que después del acuerdo con el FMI— y rebotaron más rápido. El riesgo país cayó —pero menos— y también subió más rápido. Lo que con el FMI duró cinco meses, con el Tesoro de EE.UU. duró apenas una semana.

La única entrada tangible de divisas vino del adelanto de exportaciones por la suspensión temporaria de retenciones, que generó un ingreso de USD 5.760 millones por única vez. Fue pan para hoy y hambre para mañana. El Tesoro perdió 0,3% de recaudación ($1,45 billones), más que el costo de los conflictos abiertos con las universidades, el Garrahan y los programas de discapacidad. Un trueque de estabilidad fugaz por desequilibrio fiscal permanente.

El “veranito” duró días. El dólar oficial, el MEP y el CCL ya recuperaron más de la mitad de la baja inicial. El BCRA tuvo que vender USD 1.800 millones, canjear deuda en pesos por bonos dólar linked, y volver al cepo cruzado con la Comunicación A8336. Resultado: vuelve la brecha, vuelven los rulos, se retraen exportaciones, y el tipo de cambio real se comprime hasta niveles insostenibles.

Debajo de la alfombra se acumulan pasivos: posición vendida en futuros por más de USD 7.000 millones, vencimientos crecientes en bonos atados al dólar y un pass through que tarde o temprano va a emerger. Cuanto más se demore la corrección cambiaria, más violento será el overshooting futuro.

Mientras tanto, el discurso del equilibrio fiscal luce cada vez más endeble. El superávit primario no alcanza para asegurar solvencia intertemporal, y el financiero está construido sobre capitalización de intereses de Lecaps y magia contable. No hay ajuste genuino ni expansión sostenible. Hay contabilidad creativa.

En el frente político, el desgaste es visible. La confianza en el Gobierno cayó 8,2% en septiembre (ICG: 1,94, según Di Tella), y los escándalos por coimas, contratos truchos y vínculos con el narcotráfico erosionan la imagen del oficialismo a semanas de las elecciones. La economía se ahoga, y la política ya no le presta el tubo de oxígeno.

Si el FMI fue el prestamista de última instancia, el Tesoro de EE.UU. se perfila como un respiro transitorio en un contexto donde el mercado ya no compra promesas.
La diferencia es que esta vez el aire se acabó demasiado rápido.

septiembre 29, 2025

Editorial: Un plan económico sin aire propio

El gobierno de Javier Milei tiene un único objetivo: mantener el dólar artificialmente bajo para utilizarlo como ancla nominal antiinflacionaria. Toda la política económica de los últimos 21 meses se ha subordinado a ese fin. Para lograrlo, se recurrió a una sucesión de medidas transitorias —verdaderos conejos de galera— que aportaron dólares de corto plazo, evitando que el dólar suba o forzando bajas momentáneas.

Primero fue la venta de divisas retenidas en el sector privado; después, el blanqueo y el carry trade; más tarde, el refuerzo de reservas vía FMI con un crédito de USD 20.000 millones; ahora, agotadas esas cartas, el recurso fue suspender las retenciones hasta fin de octubre y acudir al Tesoro de EE.UU. en busca de otro salvataje.

En todos los casos, la lógica es la misma: forzar una sobreoferta transitoria de dólares para alterar, aunque sea por pocos días, la tendencia natural de un tipo de cambio real que luce insosteniblemente bajo. El problema es que, detrás de cada conejo, el stock se agota. El FMI sirvió para contener la brecha por apenas dos semanas; la suspensión de retenciones podría durar algo similar.

De hecho, según los datos oficiales, el cupo de USD 7.000 millones de exportaciones  Se trata, en el mejor de los casos, de una oferta que alcanza para un mes de demanda privada de divisas, estimada en torno a USD 55.000 millones anuales. Un respiro efímero frente a un problema estructural.

El paralelismo con el acuerdo del FMI es evidente: entonces el dólar bajó de $1.350 a $1.100 en pocos días; ahora, tras la suspensión de retenciones y el anuncio del entendimiento con el Tesoro norteamericano, el dólar se replegó de $1.520 a $1.350. Pero, como ocurrió en abril, el rebote alcista posterior luce inevitable. Los fundamentos monetarios y microeconómicos están totalmente desalineados con un dólar tan bajo, y el mercado lo sabe.

La medida tampoco tiene impacto productivo: no beneficia a los productores, que ya vendieron con retenciones incluidas, sino a los exportadores, que compraron barato y ahora liquidan a retención cero. El gobierno privilegia el efecto financiero y cambiario inmediato sobre la consistencia de mediano plazo, mostrando su desesperación tanto por dólares como por votos.

El resultado es un país atado a un plan económico inconsistente. No hay corrección de fondo ni programa integral, sólo parches cada vez menos eficaces. En cinco meses se recurrió primero al FMI y ahora al Tesoro de EE.UU. en busca de unos USD 45.000 millones (casi 7% del PBI). Ninguna economía viable depende de semejante respirador externo para sostener su estabilidad.

Lo preocupante es que Milei no parece dispuesto a cambiar: niega el fracaso, insiste con el TMAP, y se aferra a un guion que lo obliga a sacar cada vez más conejos de una galera cada vez más vacía. El riesgo político es que la fragilidad económica se combine con un mal resultado electoral, acelerando la dinámica alcista del tipo de cambio.

En definitiva, Argentina sigue atrapada en un plan sin aire propio: mientras el gobierno sólo busque ganar tiempo con dólares prestados o adelantados, la tendencia de fondo será siempre la misma: atraso, parches y un dólar que tarde o temprano recuperará la presión alcista.

septiembre 22, 2025

El manotazo de ahogado de Milei: Tesoro de EE.UU., retenciones y elecciones

 El Gobierno insiste en mostrar que conserva el control de la situación económica, pero las señales que emite revelan lo contrario: improvisación, desesperación y una peligrosa dependencia de prestamistas externos y medidas transitorias que minan la credibilidad.

El Tesoro de EE.UU. como prestamista de “recontra última instancia”

La comparación es clara: el FMI es prestamista de última instancia; cuando un país acude a él, suele ser porque ya se agotaron las fuentes de financiamiento privadas y la crisis está instalada. Pero ahora, el oficialismo plantea como alternativa acudir al Tesoro de Estados Unidos, lo que equivale a la “última bocanada de aire” antes del ahogo definitivo.
No será un salvataje que devuelva la confianza, sino apenas un respiro fugaz –si llega– que terminará profundizando la falta de credibilidad en la política económica.

Encuestas y el golpe político en Buenos Aires

En paralelo, las encuestas anticipan un escenario adverso: en la Provincia de Buenos Aires, José Luis Espert arranca 11 puntos abajo de Tatiana y sin margen para crecer. El interior no aparece como un contrapeso: salvo cinco provincias, en el resto el desempleo subió tanto o más que en el conurbano, lo que adelanta un voto castigo extendido.
El peso electoral de Buenos Aires es decisivo: ni sumando Córdoba, Santa Fe, CABA, Mendoza y Tucumán se alcanza la magnitud de votantes bonaerenses. En el norte, la LLA directamente muestra un derrumbe en intención de voto.

Retenciones: el síntoma de la desesperación

En este marco, el anuncio de suspender las retenciones por apenas 40 días es un claro ejemplo de la lógica del Gobierno:

  • Transitoriedad. Todo es parche, nada es regla de juego estable.

  • Desesperación. Se busca liquidar dólares a cualquier precio y ganar tiempo electoral.

  • Incoherencia. Si el dólar oficial a $1.475 con retenciones 0% equivale a un dólar de $1.900 con derechos del 30%, el propio Gobierno está admitiendo que el tipo de cambio está atrasado.

¿Alguien en el mercado cree que el dólar debe valer menos de $1.900? Nadie.

Pan para hoy, hambre para mañana

El incentivo a liquidar soja bajo estas condiciones es, en el mejor de los casos, pan para hoy y hambre para mañana. Los productores saben que este es un esquema transitorio y que cualquier decisión de venta ahora los dejará en una situación más frágil después de octubre.
La conclusión es obvia: nadie invierte en un país donde las reglas cambian cada 40 días y donde el propio Estado muestra que considera barato un dólar de $1.900.

Una política económica de manotazos

La secuencia es clara:

  1. Se busca financiamiento externo en condiciones cada vez más comprometidas.

  2. Se recurre a medidas discrecionales de cortísimo plazo para arañar dólares.

  3. Se condiciona toda estrategia al calendario electoral.

En el corto plazo, quienes especulan con bonos y acciones pueden encontrar oportunidades. Pero la dinámica es la misma: “hoy ganás, mañana perdés”, sin horizonte claro, sin consistencia y con creciente riesgo de colapso.

El Gobierno no está construyendo un programa económico: está respirando con tubo de oxígeno prestado y cada día más corto.

septiembre 15, 2025

Un Tipo de Cambio Inviable: Anatomía de un Atraso Cambiario Recurrente

La Argentina vuelve a transitar un sendero conocido y peligroso: el del atraso cambiario. Hoy, el tipo de cambio real (TCR) se ubica en niveles históricamente bajos, comparables únicamente con los registrados durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) y la primera mitad del gobierno de Mauricio Macri (2016-2017). Dos experiencias que terminaron mal, y que fueron sostenidas con herramientas que ya no están disponibles.

En aquel entonces, el dólar barato era una ficción comprada a un costo altísimo:

  • CFK2 utilizó y agotó USD 42.000 millones de reservas netas para mantener el atraso cambiario.

  • Macri, de la mano de Luis “Toto” Caputo, colocó unos USD 40.000 millones netos de deuda en los mercados internacionales, financiando el déficit fiscal y, al mismo tiempo, sosteniendo un dólar planchado.

Hoy, esas dos válvulas de escape están cerradas. No hay reservas para vender, ni acceso a los mercados voluntarios de deuda. La única fuente externa de financiamiento es el FMI, pero incluso allí el margen de negociación es cada vez más estrecho.

En consecuencia, el atraso cambiario actual no es solo inviable: es insostenible. La corrección es inevitable. La discusión ya no es “si”, sino “cuándo” y “a qué nivel”.


Escenarios de corrección: dólar a $2000, $2500 o $3000

Si el tipo de cambio nominal se ajustara “YA MISMO”, sin dilaciones, los distintos niveles de salto tendrían implicancias bien distintas en términos históricos:

  • Dólar a $2000:
    Nos ubicaría en un punto de partida comparable al de mediados de 2019, previo a las PASO que dinamitaron la credibilidad del gobierno de Macri, y en un nivel cercano al de 2006, cuando la economía aún se beneficiaba del superciclo de commodities.

  • Dólar a $2500:
    Equivaldría a situarnos en el promedio del 2022/2023, en plena administración Fernández-Cristina-Massa, y también en valores cercanos a los de principios de 2003, cuando la salida de la Convertibilidad todavía estaba fresca.

  • Dólar a $3000:
    Significaría un salto traumático que nos dejaría:

    • peor que a comienzos de 2002, en el momento más agudo de la crisis post-convertibilidad,

    • por encima del promedio de la gestión Fernández-Cristina-Massa,

    • pero aún por debajo de los picos de sobresalto cambiario de ese mismo período.


Inflación y pass-through: el factor tiempo

La dinámica inflacionaria condiciona el costo del atraso y la magnitud de la corrección. Con una inflación mensual del 2%, el “trabajo sucio” de la licuación hace que, con el tiempo, la magnitud del salto cambiario requerido para recomponer el TCR sea algo menor. En cambio, con inflaciones más altas (4% o más), el ajuste cambiario posterior debería ser mucho más violento para alcanzar el mismo nivel de competitividad.

Hoy, al menos en el corto plazo, las condiciones monetarias contractivas permiten suponer que el pass-through (traslado a precios de una devaluación) sería más bajo que en el pasado inmediato. Pero cuanto más se demore la corrección, mayor será la inercia inflacionaria acumulada, y más riesgoso resultará el ajuste.


El dilema electoral

El gobierno juega una apuesta peligrosa: estirar el atraso cambiario hasta octubre, para llegar con una inflación contenida y mostrar competitividad electoral. Pero el costo de esta estrategia es altísimo:

  • Se sigue profundizando la pérdida de reservas.

  • Los exportadores liquidan lo mínimo indispensable para cubrir costos.

  • Las importaciones se abren de forma indiscriminada, destruyendo empleo en la industria.

  • Y el votante de a pie, cada vez más golpeado por desempleo, salarios deprimidos y apatía política, podría convertirse en el factor imprevisible de la elección.


Conclusión

La historia argentina es clara: cada atraso cambiario termina en crisis. La diferencia es que esta vez no hay colchón de reservas ni crédito externo para sostener la ficción. La corrección del tipo de cambio nominal no es un riesgo, es un hecho. La única incógnita es cuándo y a qué nivel ocurrirá.

La Argentina, una vez más, se enfrenta a su dilema recurrente: cuanto más tarde en sincerarse, más doloroso será el ajuste posterior.




agosto 11, 2025

El Riesgo Monetario que Late Detrás del Silencio Cambiario

El Gobierno repite una receta que la historia económica argentina conoce de memoria: emisión fuerte por un lado, y atraso cambiario por el otro, en un intento por contener la inflación en la previa electoral. Pero como toda estrategia basada en tapar el sol con las manos, su margen de éxito es limitado. Lo que hoy se esconde detrás de la estabilidad cambiaria es un creciente desequilibrio monetario que, más temprano que tarde, terminará emergiendo en forma de un dólar más caro y de una inflación más alta.

El poder adquisitivo del peso y sus dos frentes de batalla

La variación del tipo de cambio es, en esencia, un termómetro del poder adquisitivo del peso frente al dólar. Si el tipo de cambio sube, el peso compra menos dólares; si baja, compra más. Paralelamente, la inflación refleja la pérdida de poder adquisitivo del peso frente a bienes y servicios. Ambos fenómenos —depreciación cambiaria e inflación— son el resultado del mismo proceso: un exceso de oferta de pesos en relación con su demanda.

En Argentina, medir la demanda de dinero es particularmente complejo. En cualquier economía, la demanda de pesos tiene dos componentes:

  1. Motivo transacción: dinero usado para operar en la economía real.

  2. Motivo ahorro: dinero mantenido como reserva de valor.

En nuestro país, este segundo componente es, por definición, efímero. Los argentinos ahorran en dólares, y solo en momentos puntuales —cuando la tasa de interés supera al aumento esperado del tipo de cambio— aparece una demanda transitoria de pesos para ahorro. Es el mecanismo que dio vida al carry trade.

Pero cuando las tasas cruzan un umbral y el mercado interpreta que anticipan una futura suba del dólar, el efecto se invierte: cae la demanda de pesos y aumenta la demanda de dólares, creando presión cambiaria.

Un diagnóstico incómodo: solo queda demanda transaccional

Hoy en día, en Argentina solo existe demanda de dinero por motivo transacción. Según estimaciones privadas como el IGA de OJF, en el mejor de los casos, la economía formal creció apenas +3,2% respecto a noviembre de 2023. Cualquier aumento de la cantidad de pesos por encima de este porcentaje implica un exceso de oferta monetaria. Ese exceso primero se traduce en mayor demanda de dólares en el mercado cambiario y, luego, en mayor inflación.

Este riesgo no es teórico: desde hace tres meses, el dólar comenzó a subir y la inflación dejó de bajar. De hecho, hoy es más probable verla en el 2% mensual que acercándose al 1%.

Emisión cero… y expansión récord

El Gobierno anunció “emisión cero” hacia fines de junio de 2024. Sin embargo, desde entonces, todos los agregados monetarios han crecido muy por encima de la inflación y en términos reales, superando incluso la expansión de los primeros seis meses de gestión.

  • Base monetaria: crece fuerte en términos reales.

  • Billetes y monedas en poder del público: “vuelan” en poder adquisitivo, impulsando también la economía informal.

  • Depósitos a plazo fijo: apenas superan a la inflación.

  • Depósitos a la vista (cuentas corrientes + cajas de ahorro): caen fuerte en términos reales, evidenciando que no hay mejora sostenida en la actividad económica.

Este patrón implica que el leve rebote del nivel de actividad responde más a circulante disponible que a una expansión genuina del crédito o la inversión.

El problema de la licuación y el reloj electoral

En los primeros meses de gestión, la “licuación” del gasto y de los saldos reales permitió absorber parte de la emisión. Pero ese colchón se agota con el tiempo. Mientras más se extienda la política de emisión acompañada de un dólar atrasado, mayor será el ajuste que habrá que convalidar después.

El Gobierno parece decidido a mantener esta estrategia hasta las elecciones, especialmente por el peso político que tendrá el resultado en la Provincia de Buenos Aires. Si en las PASO bonaerenses el oficialismo sufre un revés, las presiones cambiarias podrían intensificarse en septiembre y octubre. Si, por el contrario, obtiene un resultado favorable, el margen para sostener el ancla cambiaria se amplía hasta las generales de fin de octubre.

Un tipo de cambio de equilibrio más alto

La foto actual muestra que el tipo de cambio de equilibrio está por encima del nivel vigente. El cepo para empresas y el control de precios implícito en el dólar oficial no son señales de un equilibrio genuino, sino de una represión cambiaria. En economía, no existe un precio máximo que esté por debajo de su valor de equilibrio sin que haya racionamiento y distorsiones acumulándose debajo de la superficie.

Conclusión: el riesgo ya está en marcha

El desequilibrio monetario se está gestando desde hace más de un año. El mercado cambiario y el de bienes aún no lo reflejan en toda su magnitud porque el Gobierno utiliza todos los resortes posibles para postergar el ajuste. Pero la experiencia argentina demuestra que cuanto más se prolonga la represión cambiaria y monetaria, más violenta es la corrección posterior.

Hoy, la estabilidad cambiaria no es estructural ni la desinflación está garantizada. El riesgo de un dólar más caro y una inflación más alta ya no es un escenario futuro: es una probabilidad creciente que avanza en silencio. La pregunta no es si habrá corrección, sino cuándo y con qué magnitud.

agosto 04, 2025

Tasas del 65% para los bancos, veto a los jubilados: el costo político del ajuste sin anestesia

 El Gobierno nacional paga tasas cercanas al 65% para que los bancos le renueven LECAPs y eviten una corrida. En paralelo, veta con la lapicera presidencial un aumento para jubilados y personas con discapacidad. Esa escena, aunque suene brutal, resume el corazón del modelo económico que conduce Javier Milei: un ajuste sin anestesia, sostenido por el sistema financiero y a costa del tejido social más vulnerable.

No hay metáfora ni exageración: mientras los sectores más castigados de la población ven cómo sus ingresos se licúan mes a mes con la inflación, el Estado gasta cada vez más en intereses para refinanciar su deuda en pesos. En términos políticos, el mensaje es claro: primero los bancos, después el resto. En términos económicos, es una estrategia cada vez más difícil de sostener sin consecuencias.

La política monetaria actual se basa en sostener tasas reales altas para evitar una presión cambiaria que desestabilice el esquema. Pero esto tiene un costo colosal. El Tesoro se financia emitiendo deuda en pesos que el mercado solo renueva si es recompensado con rendimientos imposibles de replicar en la economía real. Mientras tanto, el crédito productivo está completamente paralizado, y no hay una sola obra de infraestructura o vivienda en marcha con financiamiento genuino.

La paradoja es evidente: se le paga a los bancos para que no huyan, pero se le niega un ajuste razonable a quienes dependen del Estado para subsistir. En este contexto, el veto a la fórmula previsional sancionada por el Congreso no fue una decisión técnica, sino un gesto ideológico. El Gobierno prefiere arriesgar capital político antes que ceder en su ortodoxia fiscal.

Pero el riesgo no es solo económico. En medio de una recesión profunda, con ingresos desplomados y caída del consumo, este tipo de decisiones alimenta una narrativa peligrosa: la del abandono. La clase media empobrecida, los jubilados, los trabajadores informales y los sectores con discapacidad no pueden esperar un rebote macroeconómico para sobrevivir. Y cada vez más argentinos sienten que el modelo económico no los incluye.

Además, ya cambiamos tres veces de régimen cambiario desde diciembre: primero con cepo estricto, luego con un crawling peg y, más recientemente, con un esquema de flotación administrada dentro de bandas. El tipo de cambio oficial sube al 2% mensual mientras la brecha con los dólares paralelos vuelve a escalar. Esa inestabilidad erosiona la credibilidad del programa económico y debilita cualquier intento de plan de estabilización.

¿Hasta cuándo podrá sostenerse este modelo en el que se subsidia con tasas exorbitantes al sistema financiero, se licúa el gasto social y se posterga a los sectores que no tienen voz en la mesa del poder?

La política económica del Gobierno, en su versión más dura, comienza a mostrar sus límites. La licuación de pasivos sin crecimiento, sin inversión y sin contención social es, además de regresiva, profundamente piantavotos. Y no hay relato libertario que lo maquille.

A seis meses de las elecciones legislativas y con una recesión que aún no tocó piso, la pregunta que crece en la sociedad ya no es si hay que hacer un ajuste, sino quién lo paga.

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