La Argentina vuelve a transitar un sendero conocido y peligroso: el del atraso cambiario. Hoy, el tipo de cambio real (TCR) se ubica en niveles históricamente bajos, comparables únicamente con los registrados durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) y la primera mitad del gobierno de Mauricio Macri (2016-2017). Dos experiencias que terminaron mal, y que fueron sostenidas con herramientas que ya no están disponibles.
En aquel entonces, el dólar barato era una ficción comprada a un costo altísimo:
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CFK2 utilizó y agotó USD 42.000 millones de reservas netas para mantener el atraso cambiario.
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Macri, de la mano de Luis “Toto” Caputo, colocó unos USD 40.000 millones netos de deuda en los mercados internacionales, financiando el déficit fiscal y, al mismo tiempo, sosteniendo un dólar planchado.
Hoy, esas dos válvulas de escape están cerradas. No hay reservas para vender, ni acceso a los mercados voluntarios de deuda. La única fuente externa de financiamiento es el FMI, pero incluso allí el margen de negociación es cada vez más estrecho.
En consecuencia, el atraso cambiario actual no es solo inviable: es insostenible. La corrección es inevitable. La discusión ya no es “si”, sino “cuándo” y “a qué nivel”.
Escenarios de corrección: dólar a $2000, $2500 o $3000
Si el tipo de cambio nominal se ajustara “YA MISMO”, sin dilaciones, los distintos niveles de salto tendrían implicancias bien distintas en términos históricos:
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Dólar a $2000:Nos ubicaría en un punto de partida comparable al de mediados de 2019, previo a las PASO que dinamitaron la credibilidad del gobierno de Macri, y en un nivel cercano al de 2006, cuando la economía aún se beneficiaba del superciclo de commodities.
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Dólar a $2500:Equivaldría a situarnos en el promedio del 2022/2023, en plena administración Fernández-Cristina-Massa, y también en valores cercanos a los de principios de 2003, cuando la salida de la Convertibilidad todavía estaba fresca.
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Dólar a $3000:Significaría un salto traumático que nos dejaría:
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peor que a comienzos de 2002, en el momento más agudo de la crisis post-convertibilidad,
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por encima del promedio de la gestión Fernández-Cristina-Massa,
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pero aún por debajo de los picos de sobresalto cambiario de ese mismo período.
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Inflación y pass-through: el factor tiempo
La dinámica inflacionaria condiciona el costo del atraso y la magnitud de la corrección. Con una inflación mensual del 2%, el “trabajo sucio” de la licuación hace que, con el tiempo, la magnitud del salto cambiario requerido para recomponer el TCR sea algo menor. En cambio, con inflaciones más altas (4% o más), el ajuste cambiario posterior debería ser mucho más violento para alcanzar el mismo nivel de competitividad.
Hoy, al menos en el corto plazo, las condiciones monetarias contractivas permiten suponer que el pass-through (traslado a precios de una devaluación) sería más bajo que en el pasado inmediato. Pero cuanto más se demore la corrección, mayor será la inercia inflacionaria acumulada, y más riesgoso resultará el ajuste.
El dilema electoral
El gobierno juega una apuesta peligrosa: estirar el atraso cambiario hasta octubre, para llegar con una inflación contenida y mostrar competitividad electoral. Pero el costo de esta estrategia es altísimo:
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Se sigue profundizando la pérdida de reservas.
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Los exportadores liquidan lo mínimo indispensable para cubrir costos.
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Las importaciones se abren de forma indiscriminada, destruyendo empleo en la industria.
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Y el votante de a pie, cada vez más golpeado por desempleo, salarios deprimidos y apatía política, podría convertirse en el factor imprevisible de la elección.
Conclusión
La historia argentina es clara: cada atraso cambiario termina en crisis. La diferencia es que esta vez no hay colchón de reservas ni crédito externo para sostener la ficción. La corrección del tipo de cambio nominal no es un riesgo, es un hecho. La única incógnita es cuándo y a qué nivel ocurrirá.
La Argentina, una vez más, se enfrenta a su dilema recurrente: cuanto más tarde en sincerarse, más doloroso será el ajuste posterior.