El gobierno de Javier Milei tiene un único objetivo: mantener el dólar artificialmente bajo para utilizarlo como ancla nominal antiinflacionaria. Toda la política económica de los últimos 21 meses se ha subordinado a ese fin. Para lograrlo, se recurrió a una sucesión de medidas transitorias —verdaderos conejos de galera— que aportaron dólares de corto plazo, evitando que el dólar suba o forzando bajas momentáneas.
Primero fue la venta de divisas retenidas en el sector privado; después, el blanqueo y el carry trade; más tarde, el refuerzo de reservas vía FMI con un crédito de USD 20.000 millones; ahora, agotadas esas cartas, el recurso fue suspender las retenciones hasta fin de octubre y acudir al Tesoro de EE.UU. en busca de otro salvataje.
En todos los casos, la lógica es la misma: forzar una sobreoferta transitoria de dólares para alterar, aunque sea por pocos días, la tendencia natural de un tipo de cambio real que luce insosteniblemente bajo. El problema es que, detrás de cada conejo, el stock se agota. El FMI sirvió para contener la brecha por apenas dos semanas; la suspensión de retenciones podría durar algo similar.
De hecho, según los datos oficiales, el cupo de USD 7.000 millones de exportaciones Se trata, en el mejor de los casos, de una oferta que alcanza para un mes de demanda privada de divisas, estimada en torno a USD 55.000 millones anuales. Un respiro efímero frente a un problema estructural.
El paralelismo con el acuerdo del FMI es evidente: entonces el dólar bajó de $1.350 a $1.100 en pocos días; ahora, tras la suspensión de retenciones y el anuncio del entendimiento con el Tesoro norteamericano, el dólar se replegó de $1.520 a $1.350. Pero, como ocurrió en abril, el rebote alcista posterior luce inevitable. Los fundamentos monetarios y microeconómicos están totalmente desalineados con un dólar tan bajo, y el mercado lo sabe.
La medida tampoco tiene impacto productivo: no beneficia a los productores, que ya vendieron con retenciones incluidas, sino a los exportadores, que compraron barato y ahora liquidan a retención cero. El gobierno privilegia el efecto financiero y cambiario inmediato sobre la consistencia de mediano plazo, mostrando su desesperación tanto por dólares como por votos.
El resultado es un país atado a un plan económico inconsistente. No hay corrección de fondo ni programa integral, sólo parches cada vez menos eficaces. En cinco meses se recurrió primero al FMI y ahora al Tesoro de EE.UU. en busca de unos USD 45.000 millones (casi 7% del PBI). Ninguna economía viable depende de semejante respirador externo para sostener su estabilidad.
Lo preocupante es que Milei no parece dispuesto a cambiar: niega el fracaso, insiste con el TMAP, y se aferra a un guion que lo obliga a sacar cada vez más conejos de una galera cada vez más vacía. El riesgo político es que la fragilidad económica se combine con un mal resultado electoral, acelerando la dinámica alcista del tipo de cambio.
En definitiva, Argentina sigue atrapada en un plan sin aire propio: mientras el gobierno sólo busque ganar tiempo con dólares prestados o adelantados, la tendencia de fondo será siempre la misma: atraso, parches y un dólar que tarde o temprano recuperará la presión alcista.