diciembre 01, 2025

La economía argentina ante su límite operativo: el dilema de un modelo que no cierra

El Gobierno encara la segunda mitad del mandato afirmando que la estabilización ya está encaminada y que el país finalmente encontró “la senda correcta”. Sin embargo, detrás de los titulares de baja inflación convive una macroeconomía exigida al extremo, una microeconomía asfixiada y un mercado cambiario que sólo respira gracias a aportes externos cada vez más grandes y, en muchos casos, transitorios.

La pregunta central no es si el plan actual puede sostener un dígito de inflación. La pregunta es si esta arquitectura económica es viable sin sacrificar nivel de actividad, empleo, competitividad y, sobre todo, gobernabilidad.

Un ajuste que no puede ser permanente

El corazón del programa fiscal se apoya en un recorte profundo del gasto. Ese esquema, por definición, no puede extenderse indefinidamente sin costar legitimidad política. En una elección presidencial, la economía pesa. Y cuando la actividad se traba, el crédito desaparece, el tipo de cambio queda pisado y los ingresos reales se erosionan, tarde o temprano la tolerancia social se agota.

El discurso oficial promete alivio impositivo, pero la hoja de ruta real va en sentido contrario: mayor base imponible, más presión fiscal futura derivada del creciente peso de la deuda y un Estado que seguirá necesitando recursos para pagar intereses aun cuando recorte todo lo recortable.

Bajo este escenario, ninguna reforma tributaria ni laboral puede destrabar la dinámica de inversión y empleo si antes no se corrigen los desequilibrios macro que impiden producir con rentabilidad.

Un tipo de cambio que no cierra con la economía real

Aunque el dólar subió en términos reales en los últimos meses, los niveles actuales siguen sin servirle a la industria, el comercio, la construcción, el turismo y buena parte de las pymes. Sólo el agro aparece relativamente más cómodo.

Si la inflación se mantiene por encima de la pauta oficial de 1% mensual, defender la banda cambiaria implica volver a atrasar el dólar y profundizar los problemas de competitividad. La raíz del conflicto es evidente: dólar atrasado, tasa altísima y nula profundidad del crédito.

El Gobierno pretende que una batería de desregulaciones alcance para compensar un atraso cambiario estructural. Pero sin inversión, sin capital instalado y con productividad en caída desde hace más de una década, es difícil que el “shock regulatorio” reemplace al precio relativo clave que es el tipo de cambio.

Una demanda de dólares que no baja y un financiamiento que no es eterno

La realidad más preocupante es el comportamiento del mercado cambiario privado.
La demanda anualizada de dólares para atesoramiento y tarjeta supera los USD 60.000 millones. A eso se suman las necesidades del Estado para pagar intereses, que rondarán los USD 9.000 millones.

Con el dólar actual, ese faltante es insostenible sin una suba del tipo de cambio o sin aportes externos extraordinarios. Hoy el Gobierno optó por lo segundo: intervención estadounidense, swap, retenciones cero transitorias, blanqueo, FMI, carry trade, venta de dólares del público. Todo suma, pero todo es transitorio.

El resultado: el mercado dejó de volar por un rato, pero la trayectoria sigue apuntando hacia arriba.
La estabilidad actual depende de ingresos extraordinarios y no de un equilibrio genuino entre oferta y demanda.

El dilema de la manta corta

El oficialismo enfrenta un dilema estratégico que condiciona todo 2026:

  • Si prioriza bajar la inflación a cualquier costo, seguirá golpeando la actividad, profundizando el atraso del dólar y deteriorando la competitividad.

  • Si decide darle aire al nivel de actividad, necesitará dólar más alto, tasas más bajas y mayor expansión monetaria, aceptando una desaceleración más lenta (o incluso una pausa) en la baja de la inflación.

Ambos caminos tienen costos. Pero el actual —seguir apretando el freno— luce cada vez menos sostenible económica, social y políticamente.

El punto ciego del modelo

El Gobierno celebra desregulaciones, cambios administrativos y una mayor apertura comercial futura. Pero la inversión no aparece.
El país tiene el nivel de inversión más bajo de los últimos siete presidentes. Sin inversión no hay crecimiento; sin crecimiento no hay empleo; sin empleo no hay consumo.

Y sin estos elementos, cualquier plan económico se queda sin cimientos.

Conclusión: una economía que vive de prórroga en prórroga

El Gobierno consiguió tiempo. El apoyo externo, la intervención estadounidense y el resultado electoral evitaron un salto desordenado del tipo de cambio. Pero el reloj sigue corriendo.

La macro no logra consolidarse, la micro está cada vez más asfixiada y el mercado cambiario vive alimentado por dólares prestados. La economía argentina no necesita un shock político ni un cambio de nombres: necesita coherencia entre la salud macro, la competitividad micro y un esquema cambiario y monetario que no dependa del auxilio permanente de terceros.

Mientras eso no ocurra, cada vez que llegue una nueva “inyección” de dólares externos, el mercado celebrará… pero por un rato. El equilibrio real seguirá esperando.

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