El panorama económico argentino sigue dominado por incertidumbres, pese a las declaraciones optimistas del gobierno. Según el Indicador Líder (IL) de la Universidad Torcuato Di Tella, que anticipa cambios en el ciclo económico, en septiembre de 2024 la probabilidad de salir de la recesión fue solo del 7,6%. Además, el Índice de Difusión mostró que, de los diez componentes del IL, únicamente cuatro presentaban avances significativos. Si bien estos datos reflejan una leve mejoría frente a meses anteriores, las comparaciones interanuales arrojan una caída de más del 11% respecto a septiembre de 2023, lo que subraya que la economía está lejos de una recuperación sostenida.
Las estadísticas del sector real confirman esta falta de robustez. Aunque sectores como el automotriz muestran cierta reactivación, otros clave, como la construcción, la industria manufacturera y, especialmente, las pequeñas y medianas empresas (pymes), siguen atravesando dificultades. En términos de ventas minoristas, la contracción es evidente, reflejando una debilidad en el consumo que afecta a la mayoría de los agentes económicos. El gobierno presenta esta leve reactivación como un signo de crecimiento, pero lo cierto es que la base de comparación baja de 2023 facilita que las cifras actuales se vean mejor de lo que son en realidad.
Históricamente, la economía argentina ha atravesado episodios de rebote estadístico tras devaluaciones y shocks inflacionarios. Al revisar los últimos cinco procesos devaluatorios, incluido el más reciente bajo la gestión de Javier Milei, se observa que la recuperación posterior a estas caídas tiende a ser breve y desigual. La última devaluación ha generado una reactivación en algunos sectores, pero esta no ha alcanzado a toda la economía de manera uniforme. De hecho, el ritmo de recuperación comenzó a moderarse en agosto de 2024, y la actividad económica actual no supera los niveles promedios de recuperaciones anteriores.
La posibilidad de una recuperación fuerte y sostenida parece remota. En el mejor de los casos, y siempre que no haya una depreciación abrupta del peso ni un incremento de la inflación, se espera una mejora paulatina en la producción y las ventas. Sin embargo, estas no se traducirán en un “boom” económico, sino que serán más bien el reflejo de un rebote sobre una base deprimida.
El fenómeno del "carry trade" es un riesgo latente que contribuye a esta inestabilidad. Los depósitos a plazo fijo en pesos han crecido notablemente en los últimos meses, superando ampliamente la inflación y reflejando una preferencia por el peso en el corto plazo. Sin embargo, esta situación es reversible; una vez que estos depósitos se conviertan en demanda de dólares, el tipo de cambio paralelo podría volver a dispararse. Esta amenaza de suba del dólar paralelo y ampliación de la brecha cambiaria es un riesgo latente y difícil de controlar en el actual contexto económico.
En este escenario, el consumo sigue deprimido, afectado por el retroceso en el poder adquisitivo de los salarios. La inflación en dólares ha superado el aumento salarial, generando una pérdida de poder adquisitivo, particularmente en el sector público, lo cual se traduce en una demanda debilitada en casi todos los rubros de consumo. La contracción en el consumo es un indicador adicional de que la recuperación es frágil y limitada a ciertos sectores.
En conclusión, la economía argentina enfrenta una “recuperación” caracterizada por la heterogeneidad y la falta de sostenibilidad. Las estadísticas macroeconómicas positivas responden en gran medida al efecto de una base de comparación baja y no reflejan una mejora genuina en el bienestar económico. Ante un contexto de inestabilidad cambiaria y presiones inflacionarias, el gobierno se enfrenta a un desafío mayúsculo para mantener una narrativa de crecimiento, aunque la realidad indique que este es más bien un rebote estadístico que una expansión sólida y duradera.