La economía argentina enfrenta un momento crítico en el que el desempeño de la actividad productiva actual y las perspectivas de salir del ciclo recesivo en el corto plazo determinarán si el programa económico en curso puede sostenerse o si inevitablemente colapsará. En esta encrucijada, el débil crecimiento y la inversión en niveles bajos amenazan la posibilidad de consolidar la estabilidad monetaria y cambiaria que el país necesita para evitar un eventual colapso. Hoy, los indicadores sectoriales, tanto en la industria como en la construcción, el comercio minorista, y la actividad PYME, revelan una economía que, lejos de recuperarse, continúa en retroceso.
Las estadísticas de septiembre 2024 indican una economía estancada y con signos claros de deterioro en los sectores productivos. El índice de construcción muestra caídas interanuales marcadas, reflejando la falta de actividad en un sector vital para la generación de empleo y crecimiento económico. A su vez, la industria, medida por el IPI de FIEL, ha perdido el impulso observado en los meses anteriores. Con un crecimiento acumulado de solo +0,03% en dos meses, la industria se encuentra lejos de poder generar un cambio significativo en la actividad económica. Además, al analizar los datos desestacionalizados de la producción industrial, se observa que el nivel de actividad actual se encuentra significativamente por debajo de los picos alcanzados en años anteriores, incluyendo la administración anterior. Solo los sectores de alimentos y combustibles muestran signos positivos, mientras que otras áreas fundamentales como plásticos, metales y automóviles registran caídas de dos dígitos en comparación con el año anterior.
El Índice Líder de la UTDT subraya aún más este pesimismo: una probabilidad de apenas 7.6% de que el país salga de la recesión en los próximos meses refleja un escenario sombrío para la economía real. Los pocos sectores con desempeño positivo no son suficientes para generar una recuperación sólida, y la actividad económica no muestra señales de fortalecimiento. Las ventas minoristas, por ejemplo, han experimentado una baja sostenida, y el cierre de locales en la Ciudad de Buenos Aires es un síntoma de que el consumo está lejos de los niveles necesarios para estimular la economía. La creciente cantidad de comercios cerrados señala un deterioro en la demanda, y la falta de rentabilidad en el sector minorista afecta no solo a los propietarios de estos negocios, sino también al mercado inmobiliario de locales comerciales.
El impacto de la apreciación cambiaria en este contexto es alarmante. La reducción del valor del dólar en términos constantes, que supera los niveles de abril 2024, genera incentivos contraproducentes para las exportaciones y desincentiva la inversión extranjera en sectores estratégicos. En este contexto, un tipo de cambio bajo solo es sostenible en una economía con un Estado menos presente y un sector privado altamente productivo, características que actualmente Argentina no posee. La disminución de la competitividad derivada de este tipo de cambio afecta negativamente a la economía real y retrasa cualquier posible recuperación.
La inversión privada, fundamental en el programa económico del actual gobierno, muestra una caída sustancial. Con una contracción interanual del 25.8% en agosto, la inversión se ubica en niveles críticos para sostener la economía a largo plazo. Este descenso es un claro reflejo de la falta de confianza en el futuro económico del país y la incapacidad del programa económico de generar las condiciones necesarias para un crecimiento sostenible. El bajo nivel de inversión afecta no solo la producción actual, sino también la capacidad de crecimiento futuro.
Frente a estas cifras, es evidente que la disociación entre la economía financiera y la economía real no puede mantenerse indefinidamente. La actual estabilidad financiera es, en gran medida, una ilusión sostenida por expectativas que no encuentran respaldo en la economía real. Las acciones de empresas pueden elevarse solo hasta cierto punto si no hay crecimiento en las ganancias reales de estas compañías; sin embargo, cuando las empresas no producen, venden ni generan ingresos en forma sostenida, los valores bursátiles eventualmente caen. Del mismo modo, el valor de los bonos depende del crecimiento real: sin crecimiento genuino, el repago de deudas es cada vez más difícil y los valores de los bonos se desploman. La falta de "magia" o "fuerzas celestiales" que sostengan estos precios sin un respaldo tangible deja a la economía en una posición frágil, donde cualquier desajuste puede desencadenar una crisis de confianza.
En conclusión, los datos y proyecciones actuales muestran que el programa económico enfrenta un riesgo significativo de fracasar si no se consolida una recuperación económica real. Sin un crecimiento tangible en la actividad y la inversión, los beneficios prometidos por el gobierno nunca se materializarán, y los costos continuarán afectando a la población sin ofrecer una mejora en el mediano o largo plazo. La actual paz cambiaria y monetaria es, en el mejor de los casos, temporal, y si la economía no logra despegar, el optimismo financiero que actualmente sostiene al país se desvanecerá, arrastrando consigo cualquier esperanza de estabilidad económica.