octubre 13, 2025

Fingir demencia no es un plan económico

 El Gobierno de Javier Milei inició su gestión con la bandera de la ortodoxia económica, pero a diez meses de asumir, la secuencia de decisiones y resultados expone más una huida hacia adelante que una estrategia consistente.

El programa arrancó con una megadevaluación del 118%, un ajuste fiscal inédito, la licuación del gasto público y de los ingresos reales, y una tregua política con el FMI que incluyó un nuevo desembolso de USD 20.000 millones. Pese a todo, no hubo acumulación de reservas, no se estabilizó la brecha cambiaria, y el riesgo país sigue por encima de los 1.100 puntos básicos.

En el medio, se implementó un blanqueo express, se eliminaron las retenciones por tres días para forzar la liquidación de apenas cinco grandes cerealeras, y aun así, el Banco Central y el Tesoro continuaron perdiendo reservas netas. Los dólares no aparecen, la inflación dejó de bajar, y los escándalos de corrupción —desde el “caso Libra” hasta las coimas en el programa de discapacidad— erosionaron el capital reputacional del equipo económico.

En este contexto, el anuncio de Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, generó una nueva ola de euforia en los mercados: primero una intervención directa en el mercado de cambios argentino, luego la promesa de un swap por USD 20.000 millones. Pero el entusiasmo bursátil contrasta con la realidad macroeconómica.

Hay que decirlo sin eufemismos: una intervención cambiaria extranjera no es un plan económico, y un swap no es un regalo, sino un préstamo contingente con objetivos políticos y financieros de corto plazo. Si el Tesoro norteamericano está interviniendo a través de bancos como Santander, lo hace para contener un desborde, no porque confíe en la solvencia estructural de la Argentina.

El supuesto “salvataje” anunciado no cambia los fundamentos: el país sigue sin capacidad de generar dólares genuinos, con una economía en recesión, inversión bruta en mínimos históricos y un superávit fiscal que, más allá del maquillaje contable, no alcanza para garantizar la sostenibilidad de la deuda.

La euforia de los mercados dura lo que dura el tweet del anuncio. Lo que vendrá, inevitablemente, es la realidad: sin crecimiento, sin reservas y sin confianza política, no hay plan de estabilización que aguante.

Porque si a todo esto lo llaman éxito, entonces sí —como sociedad— estamos fingiendo demencia.

octubre 06, 2025

Prestamista USA, el último respirador

 La semana pasada, el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, anunció la posibilidad de un swap por USD 20.000 millones con el BCRA y la compra de bonos soberanos argentinos, tanto en el mercado primario como en el secundario. En apariencia, el acuerdo podría dar aire al Gobierno, pero en los hechos no cambia la esencia del problema: la insolvencia estructural del Estado argentino.

Si el Tesoro comprara deuda en emisión primaria, el alivio sería contable: refinanciar los vencimientos de los bonos reestructurados por Guzmán (enero y julio de 2026). Pero si lo hiciera en mercado secundario, el efecto sería apenas cosmético: sostener artificialmente las cotizaciones y evitar un salto abrupto del riesgo país. En ambos casos, la historia económica argentina enseña que los rescates de última instancia no resuelven nada —solo compran tiempo.

El fondo del asunto es que la deuda argentina no es solvente en el tiempo. Para que lo fuera, el país necesitaría superávits genuinos, crecimiento sostenido y un perfil de vencimientos más liviano. Pero Argentina no crece hace 15 años y hoy tiene los niveles de inversión más bajos de las últimas dos décadas. El Tesoro estadounidense, por más poder que tenga, no puede hacer magia con eso. En el mejor de los casos, puede postergar el desenlace, no evitarlo.

Y eso es exactamente lo que estamos viendo: un nuevo intento de estirar la mecha, con resultados cada vez más efímeros. Tras el anuncio, los dólares paralelos bajaron —pero menos que después del acuerdo con el FMI— y rebotaron más rápido. El riesgo país cayó —pero menos— y también subió más rápido. Lo que con el FMI duró cinco meses, con el Tesoro de EE.UU. duró apenas una semana.

La única entrada tangible de divisas vino del adelanto de exportaciones por la suspensión temporaria de retenciones, que generó un ingreso de USD 5.760 millones por única vez. Fue pan para hoy y hambre para mañana. El Tesoro perdió 0,3% de recaudación ($1,45 billones), más que el costo de los conflictos abiertos con las universidades, el Garrahan y los programas de discapacidad. Un trueque de estabilidad fugaz por desequilibrio fiscal permanente.

El “veranito” duró días. El dólar oficial, el MEP y el CCL ya recuperaron más de la mitad de la baja inicial. El BCRA tuvo que vender USD 1.800 millones, canjear deuda en pesos por bonos dólar linked, y volver al cepo cruzado con la Comunicación A8336. Resultado: vuelve la brecha, vuelven los rulos, se retraen exportaciones, y el tipo de cambio real se comprime hasta niveles insostenibles.

Debajo de la alfombra se acumulan pasivos: posición vendida en futuros por más de USD 7.000 millones, vencimientos crecientes en bonos atados al dólar y un pass through que tarde o temprano va a emerger. Cuanto más se demore la corrección cambiaria, más violento será el overshooting futuro.

Mientras tanto, el discurso del equilibrio fiscal luce cada vez más endeble. El superávit primario no alcanza para asegurar solvencia intertemporal, y el financiero está construido sobre capitalización de intereses de Lecaps y magia contable. No hay ajuste genuino ni expansión sostenible. Hay contabilidad creativa.

En el frente político, el desgaste es visible. La confianza en el Gobierno cayó 8,2% en septiembre (ICG: 1,94, según Di Tella), y los escándalos por coimas, contratos truchos y vínculos con el narcotráfico erosionan la imagen del oficialismo a semanas de las elecciones. La economía se ahoga, y la política ya no le presta el tubo de oxígeno.

Si el FMI fue el prestamista de última instancia, el Tesoro de EE.UU. se perfila como un respiro transitorio en un contexto donde el mercado ya no compra promesas.
La diferencia es que esta vez el aire se acabó demasiado rápido.

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