octubre 06, 2025

Prestamista USA, el último respirador

 La semana pasada, el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, anunció la posibilidad de un swap por USD 20.000 millones con el BCRA y la compra de bonos soberanos argentinos, tanto en el mercado primario como en el secundario. En apariencia, el acuerdo podría dar aire al Gobierno, pero en los hechos no cambia la esencia del problema: la insolvencia estructural del Estado argentino.

Si el Tesoro comprara deuda en emisión primaria, el alivio sería contable: refinanciar los vencimientos de los bonos reestructurados por Guzmán (enero y julio de 2026). Pero si lo hiciera en mercado secundario, el efecto sería apenas cosmético: sostener artificialmente las cotizaciones y evitar un salto abrupto del riesgo país. En ambos casos, la historia económica argentina enseña que los rescates de última instancia no resuelven nada —solo compran tiempo.

El fondo del asunto es que la deuda argentina no es solvente en el tiempo. Para que lo fuera, el país necesitaría superávits genuinos, crecimiento sostenido y un perfil de vencimientos más liviano. Pero Argentina no crece hace 15 años y hoy tiene los niveles de inversión más bajos de las últimas dos décadas. El Tesoro estadounidense, por más poder que tenga, no puede hacer magia con eso. En el mejor de los casos, puede postergar el desenlace, no evitarlo.

Y eso es exactamente lo que estamos viendo: un nuevo intento de estirar la mecha, con resultados cada vez más efímeros. Tras el anuncio, los dólares paralelos bajaron —pero menos que después del acuerdo con el FMI— y rebotaron más rápido. El riesgo país cayó —pero menos— y también subió más rápido. Lo que con el FMI duró cinco meses, con el Tesoro de EE.UU. duró apenas una semana.

La única entrada tangible de divisas vino del adelanto de exportaciones por la suspensión temporaria de retenciones, que generó un ingreso de USD 5.760 millones por única vez. Fue pan para hoy y hambre para mañana. El Tesoro perdió 0,3% de recaudación ($1,45 billones), más que el costo de los conflictos abiertos con las universidades, el Garrahan y los programas de discapacidad. Un trueque de estabilidad fugaz por desequilibrio fiscal permanente.

El “veranito” duró días. El dólar oficial, el MEP y el CCL ya recuperaron más de la mitad de la baja inicial. El BCRA tuvo que vender USD 1.800 millones, canjear deuda en pesos por bonos dólar linked, y volver al cepo cruzado con la Comunicación A8336. Resultado: vuelve la brecha, vuelven los rulos, se retraen exportaciones, y el tipo de cambio real se comprime hasta niveles insostenibles.

Debajo de la alfombra se acumulan pasivos: posición vendida en futuros por más de USD 7.000 millones, vencimientos crecientes en bonos atados al dólar y un pass through que tarde o temprano va a emerger. Cuanto más se demore la corrección cambiaria, más violento será el overshooting futuro.

Mientras tanto, el discurso del equilibrio fiscal luce cada vez más endeble. El superávit primario no alcanza para asegurar solvencia intertemporal, y el financiero está construido sobre capitalización de intereses de Lecaps y magia contable. No hay ajuste genuino ni expansión sostenible. Hay contabilidad creativa.

En el frente político, el desgaste es visible. La confianza en el Gobierno cayó 8,2% en septiembre (ICG: 1,94, según Di Tella), y los escándalos por coimas, contratos truchos y vínculos con el narcotráfico erosionan la imagen del oficialismo a semanas de las elecciones. La economía se ahoga, y la política ya no le presta el tubo de oxígeno.

Si el FMI fue el prestamista de última instancia, el Tesoro de EE.UU. se perfila como un respiro transitorio en un contexto donde el mercado ya no compra promesas.
La diferencia es que esta vez el aire se acabó demasiado rápido.

septiembre 29, 2025

Editorial: Un plan económico sin aire propio

El gobierno de Javier Milei tiene un único objetivo: mantener el dólar artificialmente bajo para utilizarlo como ancla nominal antiinflacionaria. Toda la política económica de los últimos 21 meses se ha subordinado a ese fin. Para lograrlo, se recurrió a una sucesión de medidas transitorias —verdaderos conejos de galera— que aportaron dólares de corto plazo, evitando que el dólar suba o forzando bajas momentáneas.

Primero fue la venta de divisas retenidas en el sector privado; después, el blanqueo y el carry trade; más tarde, el refuerzo de reservas vía FMI con un crédito de USD 20.000 millones; ahora, agotadas esas cartas, el recurso fue suspender las retenciones hasta fin de octubre y acudir al Tesoro de EE.UU. en busca de otro salvataje.

En todos los casos, la lógica es la misma: forzar una sobreoferta transitoria de dólares para alterar, aunque sea por pocos días, la tendencia natural de un tipo de cambio real que luce insosteniblemente bajo. El problema es que, detrás de cada conejo, el stock se agota. El FMI sirvió para contener la brecha por apenas dos semanas; la suspensión de retenciones podría durar algo similar.

De hecho, según los datos oficiales, el cupo de USD 7.000 millones de exportaciones  Se trata, en el mejor de los casos, de una oferta que alcanza para un mes de demanda privada de divisas, estimada en torno a USD 55.000 millones anuales. Un respiro efímero frente a un problema estructural.

El paralelismo con el acuerdo del FMI es evidente: entonces el dólar bajó de $1.350 a $1.100 en pocos días; ahora, tras la suspensión de retenciones y el anuncio del entendimiento con el Tesoro norteamericano, el dólar se replegó de $1.520 a $1.350. Pero, como ocurrió en abril, el rebote alcista posterior luce inevitable. Los fundamentos monetarios y microeconómicos están totalmente desalineados con un dólar tan bajo, y el mercado lo sabe.

La medida tampoco tiene impacto productivo: no beneficia a los productores, que ya vendieron con retenciones incluidas, sino a los exportadores, que compraron barato y ahora liquidan a retención cero. El gobierno privilegia el efecto financiero y cambiario inmediato sobre la consistencia de mediano plazo, mostrando su desesperación tanto por dólares como por votos.

El resultado es un país atado a un plan económico inconsistente. No hay corrección de fondo ni programa integral, sólo parches cada vez menos eficaces. En cinco meses se recurrió primero al FMI y ahora al Tesoro de EE.UU. en busca de unos USD 45.000 millones (casi 7% del PBI). Ninguna economía viable depende de semejante respirador externo para sostener su estabilidad.

Lo preocupante es que Milei no parece dispuesto a cambiar: niega el fracaso, insiste con el TMAP, y se aferra a un guion que lo obliga a sacar cada vez más conejos de una galera cada vez más vacía. El riesgo político es que la fragilidad económica se combine con un mal resultado electoral, acelerando la dinámica alcista del tipo de cambio.

En definitiva, Argentina sigue atrapada en un plan sin aire propio: mientras el gobierno sólo busque ganar tiempo con dólares prestados o adelantados, la tendencia de fondo será siempre la misma: atraso, parches y un dólar que tarde o temprano recuperará la presión alcista.

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