El Gobierno de Javier Milei inició su gestión con la bandera de la ortodoxia económica, pero a diez meses de asumir, la secuencia de decisiones y resultados expone más una huida hacia adelante que una estrategia consistente.
El programa arrancó con una megadevaluación del 118%, un ajuste fiscal inédito, la licuación del gasto público y de los ingresos reales, y una tregua política con el FMI que incluyó un nuevo desembolso de USD 20.000 millones. Pese a todo, no hubo acumulación de reservas, no se estabilizó la brecha cambiaria, y el riesgo país sigue por encima de los 1.100 puntos básicos.
En el medio, se implementó un blanqueo express, se eliminaron las retenciones por tres días para forzar la liquidación de apenas cinco grandes cerealeras, y aun así, el Banco Central y el Tesoro continuaron perdiendo reservas netas. Los dólares no aparecen, la inflación dejó de bajar, y los escándalos de corrupción —desde el “caso Libra” hasta las coimas en el programa de discapacidad— erosionaron el capital reputacional del equipo económico.
En este contexto, el anuncio de Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, generó una nueva ola de euforia en los mercados: primero una intervención directa en el mercado de cambios argentino, luego la promesa de un swap por USD 20.000 millones. Pero el entusiasmo bursátil contrasta con la realidad macroeconómica.
Hay que decirlo sin eufemismos: una intervención cambiaria extranjera no es un plan económico, y un swap no es un regalo, sino un préstamo contingente con objetivos políticos y financieros de corto plazo. Si el Tesoro norteamericano está interviniendo a través de bancos como Santander, lo hace para contener un desborde, no porque confíe en la solvencia estructural de la Argentina.
El supuesto “salvataje” anunciado no cambia los fundamentos: el país sigue sin capacidad de generar dólares genuinos, con una economía en recesión, inversión bruta en mínimos históricos y un superávit fiscal que, más allá del maquillaje contable, no alcanza para garantizar la sostenibilidad de la deuda.
La euforia de los mercados dura lo que dura el tweet del anuncio. Lo que vendrá, inevitablemente, es la realidad: sin crecimiento, sin reservas y sin confianza política, no hay plan de estabilización que aguante.
Porque si a todo esto lo llaman éxito, entonces sí —como sociedad— estamos fingiendo demencia.