A cinco días de las elecciones legislativas más decisivas desde 1983, la economía argentina volvió a quedar suspendida entre dos mundos: el de las promesas externas y el de los fundamentos internos. El supuesto paquete de asistencia de Estados Unidos por USD 20.000 millones —combinado con apoyo del FMI— no es una señal de confianza, sino una apuesta condicionada al resultado electoral y a un cambio estructural en el esquema cambiario y monetario.
Washington y el Fondo ya aprendieron la lección: no hay rescate que funcione cuando el gobierno carece de credibilidad. Pasó con De la Rúa en 2001, con Macri en 2019, y amenaza con repetirse con Milei en 2025. En ambos antecedentes, los dólares entraron por una ventana y se fueron por otra, dejando una montaña de deuda y un país más pobre.
La diferencia ahora es que el margen de error es cero. Milei llega a estas elecciones sin reservas netas, con un tipo de cambio real atrasado, inflación que dejó de bajar, y una actividad que se desangra. El índice de confianza en el gobierno cayó 27 puntos en nueve meses; la economía destruyó más de 230.000 empleos formales; y cerraron 16.000 empresas desde diciembre. El consumo masivo se desploma (-20% desde diciembre) y los sectores que sostienen el empleo —comercio, industria, transporte, construcción y gastronomía— son los más castigados.
Frente a ese cuadro, el Tesoro norteamericano exige señales: otro tipo de cambio, más alto, más realista, y un régimen más transparente. Ningún dólar llegará si no se abandona el actual esquema discrecional de bandas y se acepta una flotación más libre. En otras palabras: sin devaluación, no hay auxilio.
Pero incluso con asistencia, el futuro inmediato luce cuesta arriba. Un nuevo dólar implicaría una aceleración inflacionaria en el corto plazo, más pérdida de poder adquisitivo y caída del consumo. La paradoja es que, aún con ayuda, la economía deberá pasar por un segundo ajuste para intentar recuperar competitividad.
Y si el resultado electoral es adverso, directamente no habrá paquete. Ni el FMI ni Trump querrán repetir la historia de financiar gobiernos que pierden las urnas y la credibilidad al mismo tiempo. El riesgo, en ese caso, es un salto cambiario brusco y un shock inflacionario que termine por dinamitar lo poco que queda del plan de estabilización.
El oficialismo enfrenta una doble trampa: si gana por poco, el mercado pedirá señales más duras; si pierde, el financiamiento se esfuma. Y mientras tanto, la economía real, esa que vota, sigue cayendo. Las ventas minoristas se hunden, el empleo formal se achica y el humor social se agrava.
No se puede pedir confianza con heladeras vacías ni hablar de “milagros” con reservas negativas. El paquete de ayuda puede comprar algo de tiempo, pero no puede comprar legitimidad.
La verdadera pregunta no es si el Tesoro de Estados Unidos va a ayudar. La pregunta es por qué debería hacerlo si ni los argentinos creen en su propio plan económico.