En nuestra última editorial discutimos un escenario optimista donde el nivel de actividad podría aumentar un 4,6% en 2025. Este supuesto se basa en una dinámica mensual desestacionalizada de crecimiento del 0,3% durante los próximos 12 meses. Si esto se concretara, el nivel de actividad global alcanzaría valores superiores a los de 2017, 2021 y 2022, aunque se mantendría levemente por debajo de los picos históricos de esos años. En este contexto, el gobierno, impulsado por el año electoral, probablemente buscará presentar este rebote como una señal de “crecimiento económico”.
Rebote no es crecimiento
Es crucial subrayar que un aumento del PBI tras dos años de caídas consecutivas no constituye crecimiento económico sostenido. Históricamente, hemos visto fluctuaciones similares: tras contracciones de -1,6% en 2023 y -2,5% en 2024, un crecimiento de +4,6% en 2025 podría ser simplemente un efecto estadístico. Ejemplos previos, como las recuperaciones de +10,4% en 2021 y +5,3% en 2022 tras la crisis de 2020 (-9,9%), demuestran que estas variaciones positivas no garantizan un cambio de tendencia estructural.
El crecimiento económico genuino implica un aumento sostenido del PBI per cápita en horizontes de mediano y largo plazo. Si bien un crecimiento de +4,6% en 2025 sería mejor que cifras menores o una nueva caída, el PBI per cápita seguiría por debajo de los niveles registrados en 2023, 2022 y la década 2011-2019, manteniendo una tendencia negativa desde 2011.
El rol de la inversión
El motor del crecimiento económico es la inversión, que expande la capacidad productiva y genera riqueza en el largo plazo. Hasta ahora, el gobierno de Javier Milei ha mostrado un ratio de inversión bruta interna del 13,8% del PBI, inferior al de las últimas seis presidencias. Este nivel no solo es insuficiente para amortizar el stock de capital existente, sino que también destruye capacidad productiva futura.
Para revertir esta situación, la inversión debería aumentar al menos 4 puntos porcentuales del PBI, alcanzando niveles similares a los registrados durante la gestión de Néstor Kirchner. Sin una mayor inversión, será imposible lograr un crecimiento sostenible. A pesar de los discursos optimistas sobre el potencial del sector energético y el software, estas industrias por sí solas no pueden asegurar un cambio estructural en la economía argentina.
Dificultades microeconómicas
El entramado microeconómico argentino, compuesto por pymes agrícolas, industriales, de construcción y comerciales, enfrenta graves dificultades. La rentabilidad está comprimida debido a altos costos de producción en dólares, demanda interna débil y un panorama exportador sombrío. Además, la apertura comercial y el encarecimiento de los productos nacionales agravan la situación.
En 2024, el agro logró maquillar parcialmente la caída del PBI gracias a un rebote estadístico del 37% tras la sequía de 2023. Sin embargo, para 2025, una cosecha buena pero normal no será suficiente. La actividad industrial, por su parte, acumuló una contracción del 6,8% en los primeros 11 meses de 2024, reflejando una preocupante pérdida de competitividad. En la construcción, el índice Construya mostró caídas sostenidas, acumulando una contracción anual del 27,2%.
Conclusión
El escenario optimista de un rebote del 4,6% en 2025 debe interpretarse con cautela. Aunque deseable, un repunte del nivel de actividad no equivale a crecimiento económico sostenido. Para alcanzar este objetivo, es imprescindible un cambio radical en la política de inversión, que permita fortalecer el entramado microeconómico y revertir las tendencias negativas de la última década. Sin estas transformaciones, cualquier mejora en 2025 será efímera y carecerá de impacto estructural.