julio 18, 2025

Superávit fiscal: entre el relato y la inconsistencia estructural

El Gobierno nacional insiste en presentar el superávit fiscal como la piedra angular del éxito de su programa económico. Sin embargo, un análisis más detallado de los números oficiales revela que no se trata de una consolidación estructural del equilibrio, sino de un artificio contable sostenido por decisiones excepcionales, con costos sociales y políticos crecientes y una sostenibilidad más que dudosa.

En primer lugar, la aparente consolidación fiscal ignora pasivos clave del Banco Central. Si se capitalizan adecuadamente los intereses de deuda, el déficit financiero asciende hoy al 5,1% del PBI, una cifra comparable a la que heredó el gobierno de Mauricio Macri en 2015. De hecho, incluso el superávit primario, presentado como un logro inédito, se evapora si se consideran gastos mínimos que ya han sido comprometidos, como recomposiciones parciales a jubilaciones, transferencias a discapacitados, transporte, el fondo docente y ATN al conurbano. Reincorporando estos rubros, el resultado primario real se ubicaría en un déficit cercano al 1% del PBI.

El camino seguido hasta ahora responde a una lógica de “licuadora y motosierra”, es decir, licuación por inflación de haberes y subsidios, y recortes abruptos en gastos que afectan principalmente a sectores vulnerables y a las provincias. Pero este tipo de ajuste, además de inequitativo, es insostenible en el tiempo: genera tensiones sociales crecientes, compromete servicios esenciales como salud, educación y justicia, y erosiona el capital político del gobierno en tiempo récord.

Más preocupante aún es el enfoque institucional adoptado. El Gobierno ha avanzado en recortes de transferencias automáticas que comprometen el piso mínimo garantizado de coparticipación federal. Además, ha centralizado los recursos del Tesoro Nacional mediante un manejo discrecional de los ATN, sin criterios claros ni consenso con los mandatarios provinciales. Este accionar debilita el pacto federal, alimenta el conflicto entre Nación y provincias, y alienta una deriva centralista que vulnera las bases mismas del sistema constitucional argentino.

Algunos sectores del mercado han convalidado esta estrategia bajo el argumento de que cualquier forma de ajuste es preferible a la inercia fiscal. Pero la historia económica argentina demuestra que los equilibrios fiscales frágiles y socialmente regresivos no duran. El superávit no puede construirse sobre la base de la parálisis institucional ni del deterioro democrático. Y menos aún puede ser festejado mientras crece la pobreza, se destruyen los ingresos reales y se asfixia a los gobiernos subnacionales.

En definitiva, el supuesto orden fiscal es más bien una ilusión estadística que esconde una dinámica insustentable en el tiempo. Lejos de consolidar la estabilidad macroeconómica, esta estrategia puede derivar en una nueva etapa de conflictividad política, deterioro institucional y crisis de gobernabilidad.

El verdadero desafío no es alcanzar un superávit a cualquier costo, sino construir una senda de equilibrio duradero, con legitimidad política, solidez técnica y justicia distributiva. Lo demás es relato. 

julio 11, 2025

El espejismo del superávit: Milei, ajuste y un futuro fiscal insostenible

En el centro del discurso del gobierno de Javier Milei está el superávit fiscal. Lo presenta como un logro irrefutable, una muestra de “orden” y “seriedad” que marcaría un cambio de era. Sin embargo, cuando se analizan los datos con rigor y se observan las cuentas en profundidad, aparece otro escenario: el superávit no sólo es frágil, sino que es dinámica y estructuralmente insostenible.

Pongamos el dedo en la llaga: si se contabilizan correctamente todos los intereses capitalizados de la deuda, el resultado financiero del Estado Nacional es hoy similar al que dejó el gobierno de Cristina Fernández en 2015. El déficit real ronda el 5,1% del PBI. Es decir, el ajuste fiscal de Milei, lejos de haber resuelto el problema, sólo reorganizó las partidas para mostrar una foto de orden que se sostiene con alambre.

Este “logro fiscal” se asienta sobre tres pilares: postergación de pagos, recorte brutal del gasto social y una contabilidad creativa que omite los pasivos no devengados del Banco Central. Pero sobre todo, lo más alarmante es que, tal como lo hizo la convertibilidad en los '90, este esquema carece de sustentabilidad política y social. El ajuste es regresivo, recae sobre jubilados, docentes, universidades, hospitales, provincias y trabajadores. La base de sustentación electoral del gobierno se achica a medida que el deterioro se profundiza.

El problema, sin embargo, no es sólo técnico. Es también político. En un país federal como Argentina, donde la Constitución establece que los recursos tributarios deben repartirse equitativamente, el incumplimiento del piso mínimo legal de coparticipación y el manejo discrecional del ATN son una bomba de tiempo institucional. A esto se suma una tensión creciente con las provincias, que ya no son recibidas en Balcarce 50 y que han perdido acceso a fondos esenciales para pagar sueldos y mantener servicios básicos.

A futuro, si se aplicaran los proyectos ya anunciados —mejoras a jubilados, moratoria previsional, aumentos por discapacidad, reinstauración del bono, restitución del Fondo Compensador al Transporte y del Fondo del Conurbano, entre otros— el superávit primario actual se convertiría en un déficit primario del 1% del PBI. Es decir, todo lo ganado con el ajuste se evaporaría en cuestión de meses.

El propio Milei ha dicho que vetará cualquier ley que implique gasto. Pero eso no resuelve el problema estructural: gobernar sin mayoría legislativa, enfrentado con las provincias y con un nivel de conflictividad social creciente, torna políticamente inviable el sostenimiento de este ajuste a lo largo del tiempo.

Lo más grave no es que el ajuste vaya a fracasar —eso es casi inevitable si se mantiene esta arquitectura— sino que una parte importante del mercado y del electorado “quiere” creer que este esquema es sostenible, aunque la realidad fiscal, institucional y política muestre lo contrario. Finjen demencia pora varias razones.

En definitiva, el ajuste de Milei no es el punto de llegada de una estrategia fiscal coherente, sino un experimento forzado por el mercado y sostenido por la fe más que por los números. Como toda ilusión, puede durar un tiempo. Pero cuando se apague el espejismo, lo que quedará será un Estado más débil, una sociedad más empobrecida y un sistema político más tensionado. 

Archivo del blog